Si alguna azul mañana de febrero, tras una larga noche de tormenta, encontraran tus manos el cadáver de un ángel en el campo...
Si alguna vez, hacia la media noche, con tu sagrado sexo en las tinieblas, te me acercaras tanto, que pudiera oír cómo cae de tus labios una dulce minúscula sin letra...
Si alguna vez, después de haber leído una carta de amor, fueras descalza hasta el río que amaste cuando niña y escucharas el tránsito de mi alma...
Si alguna vez variaras sin motivo la dirección delgada de tus trenzas y te sintieras una joven nueva con una diadema de gavillas y heno...
Si alguna vez tus manos se elevaran tanto hacia el aire que no fueran materia sino un deseo de sentir el alma celeste y silenciosa de las cosas...
Si algún día tu voz (la que conozco), atravesara sola esas praderas, encontrara una fuente silenciosa y le enseñara a pronunciar tu nombre...
Y, si pasaran siglos, muchos siglos, y nosotros no fuéramos los mismos después de tanto sueño en otras vidas; si, entonces, te encontrara de repente en una ciudad que todavía no existe y lograra acercarme y estrecharte con este amor que ahora no es posible...
Estoy solo. La niñez vuelve a veces con sus blancos cuadernos de ternura. Oigo entonces el ruido del molino y siento el peso de los días caer desde la torre de la iglesia con un sonido de aves de ceniza. Pienso qué harás ahora frente al camino blanco
Espacio, me has vencido. Ya sufro tu distancia. Tu cercanía pesa sobre mi corazón. Me abres el vago cofre de los astros perdidos y hallo en ellos el nombre de todo lo que amé. Espacio, me has vencido. Tus torrentes oscuros