Parado en una piedra, de César Vallejo | Poema

    Poema en español
    Parado en una piedra

    Parado en una piedra, 
    desocupado, 
    astroso, espeluznante, 
    a la orilla del Sena, va y viene. 
    Del río brota entonces la conciencia, 
    con peciolo y rasguños de árbol ávido: 
    del río sube y baja la ciudad, hecha de lobos abrazados. 

    El parado la ve yendo y viniendo, 
    monumental, llevando sus ayunos en la cabeza cóncava, 
    en el pecho sus piojos purísimos 
    y abajo 
    su pequeño sonido, el de su pelvis, 
    callado entre dos grandes decisiones, 
    y abajo, 
    más abajo, 
    un papelito, un clavo, una cerilla... 

    ¡Este es, trabajadores, aquel 
    que en la labor sudaba para afuera, 
    que suda hoy para adentro su secreción de sangre rehusada! 
    Fundidor del cañón, que sabe cuántas zarpas son acero, 
    tejedor que conoce los hilos positivos de sus venas, 
    albañil de pirámides, 
    constructor de descensos por columnas 
    serenas, por fracasos triunfales, 
    parado individual entre treinta millones de parados, 
    andante en multitud, 
    ¡qué salto el retratado en su talón 
    y qué humo el de su boca ayuna, y cómo 
    su talle incide, canto a canto, en su herramienta atroz, parada, 
    y qué idea pie dolorosa válvula en su pómulo! 

    También parado el hierro frente al horno, 
    paradas las semillas con sus sumisas síntesis al aire, 
    parados los petróleos conexos, 
    parada en sus auténticos apóstrofes la luz, 
    parados de crecer los laureles, 
    paradas en un pie las aguas móviles 
    y hasta la tierra misma, parada de estupor ante este paro, 
    ¡qué salto el retratado en su tendones! 
    ¡qué transmisión entablan sus cien pasos! 
    ¡cómo chilla el motor en su tobillo! 
    ¡cómo gruñe el reloj, paseándose impaciente a sus espaldas! 
    ¡cómo oye deglutir a los patrones 
    el trago que le falta, camaradas, 
    y el pan que se equivoca de saliva, 
    y, oyéndolo, sintiéndolo, en plural, humanamente, 
    ¡cómo clava el relámpago 
    su fuerza sin cabeza en su cabeza! 
    y lo que hacen, abajo, entonces, ¡ay! 
    más abajo, camaradas, 
    el papelucho, el clavo, la cerilla, 
    el pequeño sonido, el piojo padre! 

    César Vallejo, uno de los poetas hispanoamericanos más destacables del siglo XX, nació en Santiago de Chuco, Perú, en 1892. Estudió medicina, filosofía, derecho y ejerció el magisterio. Constantes en la obra de Vallejo son la solidaridad con el sufrimiento humano, su rebeldía contra la sociedad, la fe en la utopía revolucionaria y la muerte. En 1918 publicó Los heraldos negros, su primer libro de poemas, de influencia modernista. Fue encarcelado en 1920 al ser acusado injustamente de robo e incendio durante una revuelta. En ese tiempo escribió algunos de los poemas que formarían su segundo libro, Trilce. En 1923 se trasladó a Europa. Estuvo en París, en donde conoció a Gris, a Huidobro, fundó la revista Favorables París Poema y terminaría siendo expulsado por razones políticas. En Moscú conoció a Maiakovski. En 1931 se trasladó a España, se afilió al Partido Comunista y publicó Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin y su novela social Tungsteno. Al año siguiente regresó a París, en donde vivió de forma clandestina. Cuando estalló la Guerra Civil española, recogió fondos para la causa republicana y viajó a Madrid y Barcelona para participar en distintos congresos de escritores. Murió en París en 1938. Un año después se publicó su poema más político, España, aparta de mí este cáliz, y una recopilación de su obra poética con el título de Poemas humanos.