Madre o hermana mía, taciturna y huraña que has hecho luminosa tu pobre soledad que suavizaste el quejido y acallaste la saña y ofreces a los tristes tu sombra de piedad.
Quiero que me lleves en tu barca sombría por los mares ígnotos donde todo es inerte donde reina la noche y muere la alegría a los vastos dominios de donde impera la muerte.
Abre tus brazos! Oh gran melancolía! y deja que mi vida se envuelva en tus saudades, así tu gran tristeza del brazo con la mía puede ser que den vida a nuevas claridades.
Deja que recueste mi cabeza cansada sobre tu regazo de paz y santidad, que me olvide de todo, lo que me absorba la nada que se esfume mi vida en tu gran soledad.
Deja que me abrace a tus sombras tranquilas, que me pierda en tu seno y explore tus arcanos que me sacien de silencio mis hambrientas pupilas y de suavidades mi temblorosas manos.
Enséñame la senda melancólica hermana que va hacia los silencios y las renunciaciones que nos lleva a esa tierra misteriosa y lejana donde hallan paz y sosiego los tristes corazones.
Madre o hermana mía, taciturna y huraña que has hecho luminosa tu pobre soledad que suavizaste el quejido y acallaste la saña y ofreces a los tristes tu sombra de piedad.
Ahora me miro por dentro y estoy tan lejana, brotándome en lo escondido sin raíces, ni lágrimas, ni grito —Intacta en mí misma— en las manos mías en el mundo de ternura creado por mi forma