Mi corazón olvida
y asido de tus pechos se adormece:
eso que fue la vida
se anubla y oscurece
y en un vago horizonte desparece.
De estar tan descuidada
del mal de ayer y de la simple pena,
pienso que tu mirada
-llama pura y serena-
secó del llanto la escondida vena.
En su dicha perdido,
abandonado a tu dulzura ardiente,
de sí mismo en olvido,
el corazón se siente
una cosa feliz y transparente.
La angustia miserable
batió las alas y torció la senda;
¡oh paz incomparable!
un día deleitable
nos espera a la sombra de tu tienda.
La más cruel amargura
con que quieras herirme soberano,
se henchirá de dulzura
como vino temprano
apurado en el hueco de tu mano.
hiere con saña fuerte
si sólo no desciñes este abrazo,
que aun la faz de la muerte
-con ser tan duro lazo-
pienso que ha de reír en tu regazo.
25 de octubre, 1940