¡Tengo sed, sed ardiente! -dije a la maga, y ella me ofreció de sus néctares. -¡Eso no: me empalaga!- Luego, una rara fruta, con sus dedos de maga, exprimió en una copa clara como una estrella;
y un brillo de rubíes hubo en la copa bella. Yo probé. -Es dulce, dulce. ¡Hay días que me halaga tanta miel, pero hoy me repugna, me estraga! Vi pasar por los ojos del hada una centella.
Y por un verde valle perfumado y brillante, llevóme hasta una clara corriente de diamante. -¡Bebe! -dijo-. Yo ardía, mi pecho era una fragua.
Bebí, bebí, bebí la linfa cristalina... ¡Oh, frescura! ¡Oh, pureza! ¡Oh, sensación divina! -Gracias, maga, ¡y bendita la limpidez del agua!
Yo muero extrañamente... No me mata la Vida, no me mata la Muerte, no me mata el Amor; muero de un pensamiento mudo como una herida... ¿No habéis sentido nunca el extraño dolor
¡Tengo sed, sed ardiente! -dije a la maga, y ella me ofreció de sus néctares. -¡Eso no: me empalaga!- Luego, una rara fruta, con sus dedos de maga, exprimió en una copa clara como una estrella;
La noche entró en la sala adormecida arrastrando el silencio a pasos lentos... Los sueños son tan quedos, que una herida sangrar se oiría. Rueda en los momentos
A ti vengo en mis horas de sed como a una fuente límpida, fresca, mansa, colosal... y las punzantes sierpes de fuego mueren siempre en la corriente blanda y poderosa.