En lo alto de la montaña, de Diego Doncel | Poema

    Poema en español
    En lo alto de la montaña

    ¿No he venido hasta aquí a contemplar 
    cómo crece la luz sembrada en estos cielos 
    y a sembrarme en el alma este riego de estrellas 
    que es fruto de la noche? ¿No he traído mi pecho 
    a esta altura nocturna para sentir que el aire 
    arroja por los montes las semillas 
    ardientes de su espíritu y la tierra, 
    que ya es casi de luz, se ve abonada, 
    de horizontes celestes, de espacios infinitos 
    y ritmos planetarios? Y a través de estos fuegos 
    que él inflama en su aliento, y al rumor 
    de estas sombras que en él vuelan incendiadas 
    ¿no respiro yo a los seres abiertos en su vuelo, 
    no abono mis sentidos en la plena alianza 
    y al fin, sobre esta cumbre, donde el cielo y el éter 
    se han unido sin tregua con la tierra y la luz, 
    no me renuncio a mí por esta vida más alta? 

    Ahora no soy nada sino un espacio puro 
    que en medio de la noche 
    es carne del misterio y fuego inmolado que arde 
    en la naturaleza. Sin conocer conozco, 
    sin gustar gusto del mundo, sin conciencia 
    me creo. Tengo cegados los ojos por un rayo 
    de estrellas y su luz alumbra mi alma con la ebriedad 
    de lo eterno. Está la noche en mí y el viento en mí 
    y las fuerzas que brotan secretas de los montes 
    con su estela de fuego: el olivar, la fuente, 
    el olor de las jaras suspendiendo el sentido, 
    los rebaños dispersos por la intemperie 
    del campo, con su mirada abierta 
    al fulgor de los cielos. 

    Y yo soy estos prados, y los barrancos de luz 
    en que se vierte la luna, y estas zarzas 
    que arden, como mi pensamiento, 
    en el sagrado vínculo del cielo constelado. 
    ¡Esta es mi muerte al fin y mi renuncia plena! 
    ¡De ellas nace esta unión y esta agua clara 
    del arroyo que pasa y es materia bendecida! 
    La cojo en mí, y en las sombras respira 
    con mi aliento, y al beberla hago mío 
    el fondo originario del que surge, 
    y míos son los seres que dejaron su imagen 
    reflejada en su seno. Estos huertos son míos 
    y su humedad que exhala la fragancia del alma. 
    Y míos son los frutos que maduran el tiempo, 
    los surcos del germinar y las semillas, 
    que reclaman desde lo hondo, un corazón 
    de ser, un tallo hacia la luz, un destino de música 
    que sólo yo puedo darle porque también es mío. 

    Por eso son un acto de amor estos montes 
    en mi corazón redimido, y mi corazón 
    materia, sacramento, vuelo 
    de la tierra incendiada. Siento latir mi pulso 
    con su horizonte abierto, ser su universo el mío 
    en el rumor del aire, compartir su misterio 
    de elemento celeste que reúne distancias, 
    cercanías, cosas, seres, 
    lo oculto de las cosas, lo oculto de los seres 
    en este fuego de purificación. 

    Así mi corazón vive desnudo 
    pues poseer para él es despojarse, entregarse a la vida 
    mientras más vida fluye por la ribera limpia 
    de sus venas, hechos lumbre de amor mi corazón 
    y el mundo para que todo vuelva a confundirse 
    y sean en el espacio comunión, pasión, enigma, 
    un solo astro, un solo viento, un mismo fuego. 

    Aquí ya no hay distancia, ya se ha roto el dolor. 
    ¡Esto es la transparencia! Ahora salgo de mí 
    y sólo encuentro mi alma, y miro a mis adentros 
    y sólo el mundo contemplo.