Tu alma se encontrará sola, cautiva de los negros pensamientos de la gris piedra tumbal; ninguna persona te inquietará en tus horas de recogimiento.
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Quédate silenciosamente en esa soledad que no es abandono,—porque los espíritus de los muertos que existieron antes que tú en la vida, te alcanzarán y te rodearán en la muerte,—y la sombra proyectada sobre tu cara obedecerá a su voluntad; por lo tanto, permanece tranquilo.
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Aunque serena, la noche fruncirá su ceño, y las estrellas, de lo alto de sus tronos celestes, no bajarán más sus miradas con un resplandor parecido al de la esperanza que se concede a los mortales; pero sus órbitas rojas, desprovistas de todo rayo, serán para tu corazón marchito como una quemadura, como una fiebre que querrá unirse a ti para siempre.
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Ahora, te visitan pensamientos que no ahuyentarás jamás; ahora surgen ante ti visiones que no se desvanecerán jamás; jamás ellas dejarán tu espíritu, pero se fijarán como gotas de rocío sobre la hierba.
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La brisa,—esa respiración de Dios,—reposa inmóvil, y la bruma que se extiende como una sombra sobre la colina,—como una sombra cuyo velo no se ha desgarrado todavía,—resulta así un símbolo y un signo. Como logra permanecer suspendida a los árboles, ese es el misterio de los misterios!
De todos cuantos anhelan tu presencia como una mañana, de todos cuantos padecen tu ausencia como una noche, como el destierro inapelable del sol sagrado allende el firmamento; de todos los dolientes que a cada instante
¡Ved!; es noche de gala en estos últimos años solitarios. Una multitud de ángeles alados, adornados con velos y anegados en lágrimas, se halla reunida en un teatro para contemplar un drama de esperanzas y de temores mientras