Aléjate de mí. Mas sé que, para siempre, he de estar en tu sombra. Ya nunca, solitaria, irguiéndome en los mismos umbrales de mi vida recóndita, podré gobernar los impulsos
de mi alma, ni alzar la mano como antaño, al sol, serenamente, sin que perciba en ella lo que intenté hasta ahora apartar: el contacto de tu mano en la mía. Esta anchurosa tierra
con que quiso alejarnos el destino, en el mío deja tu corazón, con latir doble. En todo lo que hiciere o soñare estás presente, como
en el vino el sabor de las uvas. Y cuando por mí rezo al Señor, en mis ruegos tu nombre escucha y ve en mis ojos mezclarse nuestras lágrimas.
Aléjate de mí. Mas sé que, para siempre, he de estar en tu sombra. Ya nunca, solitaria, irguiéndome en los mismos umbrales de mi vida recóndita, podré gobernar los impulsos
Dilo, dilo otra vez, y aún otra más que me quieres, aunque esta palabra duplicada, en tus labios, el canto del cuclillo recuerde. Y no olvides que nunca la fresca primavera llegó al monte o al llano, al valle o a los bosques,