No se puede prever. Sucede siempre cuando menos lo esperas. Puede pasar que vayas por la calle, deprisa, porque se te hace tarde para echar una carta en correos, o que te encuentres en tu casa por la noche, leyendo un libro que no acaba de convencerte; puede acontecer también que sea verano y que te hayas sentado en la terraza de una cafetería, o que sea invierno y llueva y te duelan los huesos; que estés triste o cansado, que tengas treinta años o que tengas sesenta. Resulta imprevisible. Nunca sabes cuándo ni cómo ocurrirá. Transcurre tu vida igual que ayer, común y cotidiana. 'Un día más', te dices. Y de pronto, se desata una luz poderosísima en tu interior, y dejas de ser el hombre que eras hace sólo un momento. El mundo, ahora, es para ti distinto. Se dilata mágicamente el tiempo, como en aquellos días tan largos de la infancia, y respiras al margen de su oscuro fluir y de su daño. Praderas del presente, por las que vagas libre de cuidados y culpas. Una acuidad insólita te habita el ser: todo está claro, todo ocupa su lugar, todo coincide, y tú, sin lucha, lo comprendes. Tal vez dura un instante el milagro; después las cosas vuelven a ser como eran antes de que esa luz te diera tanta verdad, tanta misericordia. Mas te sientes conforme, limpio, feliz, salvado, lleno de gratitud. Y cantas, cantas.
Casi sin ver la realidad del día ni la certeza de su claridad, ando en busca de ti, de los vestigios de unos años, de un mar, de unos lugares. Porque la sombra avanza y los astros escriben sus órdenes fatales en mi frente,
No se puede prever. Sucede siempre cuando menos lo esperas. Puede pasar que vayas por la calle, deprisa, porque se te hace tarde para echar una carta en correos, o que te encuentres en tu casa por la noche, leyendo