¡Cómo me turbas, Diabolina, juguete elástico! Con tu reír, y con tus saltos.
Todos los días juegas con mi corazón, al diábolo. Y, unas veces, lo tiras tan alto que en un zarzal de estrellas se me queda clavado. Y, otras si me miras, te distraes tanto de tus juegos... que me lo dejas caer en el fango.
Ay, Diabolina, Diabolina: con miel en el cabello alborotado, con aceitunas en los ojos, con guindas en los labios... Y el rojo tulipán del vestidillo sobre un marmóreo tallo.
¡Ay, Diabolina, Diabolina, qué ganas de jugar me han dado! ¡Qué ganas de jugar contigo en esta primavera del ocaso! Y, en la cuerda de un verso -como si fuera otro diábolo-, darte 1000 y 1000 vueltas... Para lanzarte encima de los tejados... tan alto, tan alto, que pudieras cortarme el durazno brillante de este ocaso. Y la naranja de la Luna. Y las margaritas del celeste prado...
¡Y qué dulce ha de ser cuando resbales por el cordón moreno de mis brazos!
Ay, Diabolina, Diabolina; con miel en el cabello alborotado. Con aceitunas en los ojos. Con guindas en los labios...
bombilla; vivir quieto. limitado en la geometría de los rizos del firmamento. clausura de cristal -fraude y disfraz de encierro- (clasicismo perfecto).