Después de leer tantas cosas eruditas estoy cansada, hija, por no tener los pies más fuertes y más duro el riñón para andar los caminos que me faltan. Perdona este reniego pasajero al no encontrar mi ubicación precisa y pasarme el insomnio acodada en la ventana cuando la lluvia cae, pensando en la rabia que muerde la relación del hombre con el hombre; ahondando el túnel cada vez más estrecho de esta soledad —en sí, un poco la muerte anticipada. Qué bueno que naciste con la cabeza en su sitio que no se te achica la palabra en el miedo, que me has visto morir en mí misma cada instante buscando a Dios, al hombre, al milagro.
Tú sabes que nacimos desnudos, en total desamparo, y no te importa ni te sorprende el nudo de sombra que descubres. Todo se muere a tiempo y se llora a retazos, has dicho. Sin embargo, es azul le cristal de tu mirada y te amanece fresca el agua del corazón, quitas fácil el hollín que pone el hombre sobre las cosas y entiendes en tu propio dolor al mundo. Porque ya sabes que sobre todos los ojos de la tierra algún día, sin remedio, llueve.
En vano envejecerás doblado en los archivos: no encontrarás mi nombre. En vano medirás los surcos sementados queriendo hallar mis propiedades. No tengo posesiones. En cambio, es mío el sueño de los valles arrobados
Después de leer tantas cosas eruditas estoy cansada, hija, por no tener los pies más fuertes y más duro el riñón para andar los caminos que me faltan. Perdona este reniego pasajero al no encontrar mi ubicación precisa