Antiguo, estoy embriagado por la voz que brota de tus bocas cuando se abren como verdes campanas y se repelen hacia atrás, disolviéndose. La casa de mis veranos juveniles -lo sabes- estaba a tu lado allá en la tierra donde el sol calcina y oscurecen el aire los mosquitos. Hoy como entonces ante ti permanezco inmóvil, mar, mas no me creo digno ya de la solemne admonición de tu aliento. Me dijiste primero que el pequeño fermento de mi corazón no era sino un instante del tuyo, que en el fondo de mí estaba tu arriesgada ley: ser enorme y diverso y fijo al mismo tiempo, para librarme así de toda suciedad, como tú cuando arrojas a tus playas entre estrellas de mar, corchos y algas las inútiles sobras de tu abismo.
Antiguo, estoy embriagado por la voz que brota de tus bocas cuando se abren como verdes campanas y se repelen hacia atrás, disolviéndose. La casa de mis veranos juveniles -lo sabes- estaba a tu lado allá en la tierra donde el sol calcina
No me abandones tú, tristeza mía, sobre el camino que azota el viento extraño con su cálido soplo, y cede; cara tristeza al viento que se extingue: y empujada por éste hacia la rada, donde la última voz exhala el día,