Apenas te distingo, fragmentario de tan lejano y tan pequeño. Un poco de memoria y otro poco de sueño te ven reconstruyendo en un plano arbitrario.
La casa amplia tenía rejas en las ventanas y la luna tras ellas. Después la galería y un tapial erizado con vidrios de botellas.
Una tarde llovió con sol. Qué vieja y nueva esa lluvia de otro, y con cuanta alegría cantaba yo: “que llueva, la vieja está en la cueva”. Así sigue lloviendo en mi alma todavía.
Fuera del pueblo, en casa de una vieja. Una pala de sacar pan. Un horno. Otro chico. Algún juego. La vieja que pitaba un cigarro de chala. Recuerdo bien la mano, el cigarro y el fuego.
¿Y algo más? Una fiesta junto a un río. La gente alegre, el viento a toda orquesta. Debió ser una fiesta muy triste aquella fiesta pues mi madre se puso a llorar de repente.
(Un pañuelo de seda, cuadriculado, el río, mucha gente en el aire y un sol amarillento coches. Gente cantando. Y nada más. Dios mío, y nada más que el sol, las lágrimas y el viento).
Ah para siempre inmóviles recuerdos tan remotos que no sé si son míos, si ciertos o de fiebre. Tengo miedo al tocarlos porque están casi rotos que éste se me deforme y el otro se me quiebre.
Está tan clara la carpintería que no se sabe si entra o sale el día. Las herramientas tienen inusitado brillo y la madera exhala su aromático soplo en el ambiente; lucen la tuerca del tornillo, la garopa, el escoplo,