Las estrellas apagadas
llenan de ceniza el río
verdoso y frío.
La fuente no tiene trenzas.
Ya se han quemado los nidos
escondidos.
Las ranas hacen del cauce
una siringa encantada,
desafinada.
Sale del monte la luna,
con su cara bonachona
de jamona.
Una estrella le hace burla
desde su casa de añil
infantil.
El débil color rosado
hace cursi el horizonte
del monte.
Y observo que el laurel tiene
cansancio de ser poético
y profético.
Como la hemos visto siempre
el agua se va durmiendo,
sonriyendo.
Todo llora por costumbre,
todo el campo se lamenta
sin darse cuenta.
Yo, por no desafinar,
digo por educación:
'¡Mi corazón!'
Pero una grave tristeza
tiñe mis labios manchados
de pecados.
Yo voy lejos del paisaje.
Hay en mi pecho una hondura
de sepultura.
Un murciélago me avisa
que el sol se esconde doliente
en el poniente.
¡Pater noster por mi amor!
(Llanto de las alamedas
y arboledas.)
En el carbón de la tarde
miro mis ojos lejanos,
cual milanos.
Y despeino mi alma muerta
con arañas de miradas
olvidadas.
Ya es de noche y las estrellas
clavan puñales al río
verdoso y frío.