Cierta viuda, joven y devota, cuyo nombre se sabe y no se anota, padecía de escrúpulos, de suerte que a veces la ponían a la muerte. Un día que se hallaba acometida de este mal que acababa con su vida, confesarse dispuso, y dijo al confesor: -Padre, me acuso de que ayer, porque soy muy guluzmera, sin acordarme de que viernes era, quité del pico a un tordo que mantengo, jugando, un cañamón que le había dado y me lo comí yo. Por tal pecado sobresaltada la conciencia tengo y no hallo a mi dolor consuelo alguno, al recordar que quebranté el ayuno. Díjola el padre: -Hija, no con melindres venga ni por vanos escrúpulos se aflija, cuando tal vez otros pecados tenga. Entonces, la devota de mi historia, después de haber revuelto su memoria, dijo: -Pues es verdad: la otra mañana me gozó un fraile de tan buena gana que, en un momento, con las bragas caídas, once descargas me tiró seguidas y, porque está algo gordo el pobrecillo, se fatigó un poquillo y se fue con la pena de no haber completado la docena. Oyendo semejante desparpajo el cura un brinco dio, soltó dos coces, y salió por la iglesia dando voces y diciendo: -i Carajo! iEcharla once, y no seguir por gordo! ¡Eso sí es cañamón, y no el del tordo!
Un gallo muy maduro, de edad provecta, duros espolones, pacífico y seguro, sobre un árbol oía las razones de un zorro muy cortés y muy atento, más elocuente cuanto más hambriento.
Una noche ardorosa, después de haber cenado alguna cosa, la joven Isabela en su lecho acostada del todo despojada trataba de entregarse al dulce sueño. Mas una infame pulga la desvela picando con empeño ya el reducido pie, ya la rodilla,
Un maldito gorrión así decía a una liebre, que una águila oprimía: «¡No eres tú tan ligera, que si el perro te sigue en la carrera, lo acarician y alaban como al cabo acerque sus narices a tu rabo? Pues empieza a correr, ¿qué te detiene?»
A cierta moza un húsar, y no es cuento, porque le socorriera en sus apuros del carnal movimiento, le prometió ocho duros y después sólo cuatro la dio en paga. La moza, descontenta con esta trabacuenta, para que por justicia se le haga
Con varios ademanes horrorosos Los montes de parir dieron señales: Consintieron los hombres temerosos Ver nacer los abortos más fatales. Después que con bramidos espantosos Infundieron pavor a los mortales, Estos montes, que al mundo estremecieron,