En la rama de un árbol, bien ufano y contento, con un queso en el pico, estaba el señor Cuervo. Del olor atraído un Zorro muy maestro, le dijo estas palabras, a poco más o menos: «Tenga usted buenos días, señor Cuervo, mi dueño; vaya que estáis donoso, mono, lindo en extremo; yo no gasto lisonjas, y digo lo que siento; que si a tu bella traza corresponde el gorjeo, juro a la diosa Ceres, siendo testigo el cielo, que tú serás el fénix de sus vastos imperios». Al oír un discurso tan dulce y halagüeño, de vanidad llevado, quiso cantar el Cuervo. Abrió su negro pico, dejó caer el queso; el muy astuto Zorro, después de haberle preso, le dijo: «Señor bobo, pues sin otro alimento, quedáis con alabanzas tan hinchado y repleto, digerid las lisonjas mientras yo como el queso». Quien oye aduladores, nunca espere otro premio.
Un hombre que en el bosque se miraba con un hacha sin mango, suplicaba a los árboles diesen la madera que más sólida fuera para hacerle uno fuerte y muy durable.
Una noche ardorosa, después de haber cenado alguna cosa, la joven Isabela en su lecho acostada del todo despojada trataba de entregarse al dulce sueño. Mas una infame pulga la desvela picando con empeño ya el reducido pie, ya la rodilla,
A cierta moza un húsar, y no es cuento, porque le socorriera en sus apuros del carnal movimiento, le prometió ocho duros y después sólo cuatro la dio en paga. La moza, descontenta con esta trabacuenta, para que por justicia se le haga
Apacentando un Joven su ganado, gritó desde la cima de un collado: «¡Favor!, que viene el lobo, labradores». Éstos, abandonando sus labores, acuden prontamente, y hallan que es una chanza solamente. Vuelve a clamar, y temen la desgracia;
Con varios ademanes horrorosos Los montes de parir dieron señales: Consintieron los hombres temerosos Ver nacer los abortos más fatales. Después que con bramidos espantosos Infundieron pavor a los mortales, Estos montes, que al mundo estremecieron,