Cruzando montes y trepando cerros, aquí mato, allí robo, andaba cierto lobo, hasta que dio en las manos de los perros. Mordido y arrastrado fue de sus enemigos cruelmente; quedó con vida milagrosamente, mas inválido al fin y derrotado. Iba el tiempo curando su dolencia; el hambre al mismo paso le afligía; pero, como cazar aún no podía, con las yerbas hacia penitencia. Una oveja pasaba, y él la dice: «Amiga, ven acá, llega al momento; enfermo estoy y muero de sediento: Socorre con el agua a este infelice. - »¿Agua quieres que yo vaya a llevarte? Le responde la oveja recelosa; dime pues una cosa: ¿Sin duda que será para enjuagarte, »limpiar bien el garguero, abrir el apetito, y tragarme después como a un pollito? Anda, que te conozco, marrullero.» Así dijo, y se fue; si no, la mata. ¡Cuánto importa saber con quien se trata!
Un maldito gorrión así decía a una liebre, que una águila oprimía: «¡No eres tú tan ligera, que si el perro te sigue en la carrera, lo acarician y alaban como al cabo acerque sus narices a tu rabo? Pues empieza a correr, ¿qué te detiene?»
Un gallo muy maduro, de edad provecta, duros espolones, pacífico y seguro, sobre un árbol oía las razones de un zorro muy cortés y muy atento, más elocuente cuanto más hambriento.
Una noche ardorosa, después de haber cenado alguna cosa, la joven Isabela en su lecho acostada del todo despojada trataba de entregarse al dulce sueño. Mas una infame pulga la desvela picando con empeño ya el reducido pie, ya la rodilla,
A cierta moza un húsar, y no es cuento, porque le socorriera en sus apuros del carnal movimiento, le prometió ocho duros y después sólo cuatro la dio en paga. La moza, descontenta con esta trabacuenta, para que por justicia se le haga
Con varios ademanes horrorosos Los montes de parir dieron señales: Consintieron los hombres temerosos Ver nacer los abortos más fatales. Después que con bramidos espantosos Infundieron pavor a los mortales, Estos montes, que al mundo estremecieron,