Una noche ardorosa, después de haber cenado alguna cosa, la joven Isabela en su lecho acostada del todo despojada trataba de entregarse al dulce sueño. Mas una infame pulga la desvela picando con empeño ya el reducido pie, ya la rodilla, ya la rolliza y blanca pantorrilla. La joven, impaciente, echa inmediatamente su linda mano a donde piensa hallarla, y algo bueno daría por pillarla; pero el bicho maldito, sin dársele ni un pito, cuanto más le persigue más salta, y brinca, y sigue con su empeño; hasta que Isabelilla, incomodada, con la sangre encendida, no pudiendo sufrir más la cuitada, salta fuera del lecho enfurecida, coge la luz, se pone patiabierta y en medio de las piernas la coloca; pero se vuelve loca y con la infame pulga nunca acierta. La ve mil veces, otras tantas huye; sobre ella pone el dedo, y se escabuye; que de aquí para allá siempre saltando, parece con la niña estar jugando. Ésta, por eso mismo más airada, jura la ha de pagar muy bien pagada, y con tan gran ahínco la persigue que, vaya a donde vaya, allá la sigue. A fuerza de luchar, casi perdida se halla al fin la insufrible picadora, y por ver si se libra, va y se mete en aquel lindo y virginal ojete, que tan dulces placeres atesora. La niña, entonces, más sobrecogida, más sofocada y con la sangre hirviendo, también el albo dedo va metiendo a ver si allí la encuentra; y a medida que lo entra y que hurga presurosa, halla una sensación tan deliciosa que a continuar la excita, el dedo a toda prisa meneando hasta que, blanca espuma derramando, queda la pobrecita, la boca medio abierta y fatigada y los ojos en blanco y desmayada. Como, a pesar de todo, no saliera el bichillo infernal de su tronera, desde entonces apenas pasa el día que no le busque con igual porfía.
Una noche ardorosa, después de haber cenado alguna cosa, la joven Isabela en su lecho acostada del todo despojada trataba de entregarse al dulce sueño. Mas una infame pulga la desvela picando con empeño ya el reducido pie, ya la rodilla,
A cierta moza un húsar, y no es cuento, porque le socorriera en sus apuros del carnal movimiento, le prometió ocho duros y después sólo cuatro la dio en paga. La moza, descontenta con esta trabacuenta, para que por justicia se le haga
Apacentando un Joven su ganado, gritó desde la cima de un collado: «¡Favor!, que viene el lobo, labradores». Éstos, abandonando sus labores, acuden prontamente, y hallan que es una chanza solamente. Vuelve a clamar, y temen la desgracia;
Un hombre que en el bosque se miraba con un hacha sin mango, suplicaba a los árboles diesen la madera que más sólida fuera para hacerle uno fuerte y muy durable.
Con varios ademanes horrorosos Los montes de parir dieron señales: Consintieron los hombres temerosos Ver nacer los abortos más fatales. Después que con bramidos espantosos Infundieron pavor a los mortales, Estos montes, que al mundo estremecieron,