El cañamón, de Félix María de Samaniego | Poema

    Poema en español
    El cañamón

    Cierta viuda, joven y devota, 
    cuyo nombre se sabe y no se anota, 
    padecía de escrúpulos, de suerte 
    que a veces la ponían a la muerte. 
    Un día que se hallaba acometida 
    de este mal que acababa con su vida, 
    confesarse dispuso, 
    y dijo al confesor: -Padre, me acuso 
    de que ayer, porque soy muy guluzmera, 
    sin acordarme de que viernes era, 
    quité del pico a un tordo que mantengo, 
    jugando, un cañamón que le había dado 
    y me lo comí yo. Por tal pecado 
    sobresaltada la conciencia tengo 
    y no hallo a mi dolor consuelo alguno, 
    al recordar que quebranté el ayuno. 
    Díjola el padre: -Hija, 
    no con melindres venga 
    ni por vanos escrúpulos se aflija, 
    cuando tal vez otros pecados tenga. 
    Entonces, la devota de mi historia, 
    después de haber revuelto su memoria, 
    dijo: -Pues es verdad: la otra mañana 
    me gozó un fraile de tan buena gana 
    que, en un momento, con las bragas caídas, 
    once descargas me tiró seguidas 
    y, porque está algo gordo el pobrecillo, 
    se fatigó un poquillo 
    y se fue con la pena 
    de no haber completado la docena. 
    Oyendo semejante desparpajo 
    el cura un brinco dio, soltó dos coces, 
    y salió por la iglesia dando voces 
    y diciendo: -i Carajo! 
    iEcharla once, y no seguir por gordo! 
    ¡Eso sí es cañamón, y no el del tordo!