Es voz común que a más del mediodía, en ayunas la Zorra iba cazando; halla una parra, quédase mirando de la alta vid el fruto que pendía. Causábala mil ansias y congojas no alcanzar a las uvas con la garra, al mostrar a sus dientes la alta parra negros racimos entre verdes hojas. Miró, saltó y anduvo en probaduras, pero vio el imposible ya de fijo. Entonces fue cuando la Zorra dijo: «No las quiero comer. No están maduras». No por eso te muestres impaciente, si se te frustra, Fabio, algún intento: aplica bien el cuento, y di: No están maduras, frescamente.
Un maldito gorrión así decía a una liebre, que una águila oprimía: «¡No eres tú tan ligera, que si el perro te sigue en la carrera, lo acarician y alaban como al cabo acerque sus narices a tu rabo? Pues empieza a correr, ¿qué te detiene?»
Un gallo muy maduro, de edad provecta, duros espolones, pacífico y seguro, sobre un árbol oía las razones de un zorro muy cortés y muy atento, más elocuente cuanto más hambriento.
Una noche ardorosa, después de haber cenado alguna cosa, la joven Isabela en su lecho acostada del todo despojada trataba de entregarse al dulce sueño. Mas una infame pulga la desvela picando con empeño ya el reducido pie, ya la rodilla,
A cierta moza un húsar, y no es cuento, porque le socorriera en sus apuros del carnal movimiento, le prometió ocho duros y después sólo cuatro la dio en paga. La moza, descontenta con esta trabacuenta, para que por justicia se le haga
Con varios ademanes horrorosos Los montes de parir dieron señales: Consintieron los hombres temerosos Ver nacer los abortos más fatales. Después que con bramidos espantosos Infundieron pavor a los mortales, Estos montes, que al mundo estremecieron,