No soy quien crees que soy, ni aproximado, ni en camino de serlo o de dejar de serlo, ni ninguna vez, ni la mayor parte de las veces. Incluso aunque te empeñes en enseñarme cómo soy, cómo quieres que sea, qué alma me conviene y qué camisa, qué calzón y qué gesto, no soy quien tú crees que soy, ni mi miedo es igual que tu miedo, ni busco la verdad que tú quieres que busque, ni tampoco lo que espero es lo mismo que tú esperas de mí. Ni un veinte ni un treinta por ciento, ni la mitad, ni un cuarto, y eso que hace muchos años que nos desconocemos, ni poco más o menos, ni fijándose, ni mirándolo por encima, ni mirándolo bien, no, ni a grandes rasgos le doy un aire. Y no es que yo sepa quién soy, qué temo, qué busco, qué espero, no es que yo no quiera, que reniegue, ni tres, ni dos, ni una, que falsee argumentos, que me invente distinta identidad, distinta hechura, que mi dedo señale el rostro de otro hombre, otra tierra, otra fe, otra alianza, distinto beneficio. Más me valiera serlo, créeme, pero yo no soy quien tú crees que soy.
No soy quien crees que soy, ni aproximado, ni en camino de serlo o de dejar de serlo, ni ninguna vez, ni la mayor parte de las veces. Incluso aunque te empeñes en enseñarme cómo soy, cómo quieres que sea, qué alma me conviene
Hablo del hombre. Me atribuyo su voz, como si el hombre hubiera enmudecido, como si su laringe fuera un órgano inútil, como si de sus labios sólo pudieran brotar besos o eructos. Hablo del hombre. Finjo que lo conozco.