Al acertar es imposible escoger lo heredado, señalar el amor que nos viene encontrado. Cuántos dedos son, sin haberlos tocado, meses que el mar deshizo en naufragios.
Cinco espigas hornadas al verano, agitadas al viento y flotando, quedando y migrando al sur de los delicados años en boga destreza de estados.
Es tú, tacto tan similar y adverso, tan certero y contrario. Sólo tú, los lados anversos de esta piel de cambiantes abstractos.
Es esa mano alzada dibujando a futuros en este teatro de recorridos palmados. Siamesa suavidad de esfera que no aflige y adora los pasos hacia lo ajeno y cercano.
No estamos ofrenda ni premio. Son las manos, éstas, tan así, las solas saben cómo cercarnos.
No puedo decir que la amé. Sería mentir. La amé, eso es cierto, pero no fui yo. Fue un extraño ser, una cándida y pueril imagen de mi rostro imberbe, de mis ojos dulces y sonrisa complaciente. Tal vez ese extraño la amase.
Desde que no está he desarrollado la facilidad espontánea para llorar. La memoria tiene la cola muy larga, ahora la vida es más y más estrecha. De repente, me nublo por dentro para no encharcarme de culpa. Agacho la vista hacia los azulejos