No, no estoy especialmente orgulloso de tantos juguetes de fábrica, ni del nuevo milagro intelectual como solución a todas las facturas.
No me alegran especialmente los puentes de arriba a abajo, las ciudades a ninguna otra parte, los camiones a manos del transporte inagotable.
No, no creo que queden más cerca, ni siquiera diferentes por educar. La desigualdad no es una idea personalmente interna, es internacional.
No estoy satisfecho del olor de los billetes, ni de la amenaza de masacres nucleares; no estoy de acuerdo con los que más tienen, ni es culpa de los bosques o las minas de hambre.
No, no creo que esté todo hecho a este lado de la vergüenza pacífica. No, nadie puede estar satisfecho de tanta injusticia tan bien repartida.
“Disculpe señor ministro pero es usted un cabrón”.
La sala parecía estar de acuerdo, hasta el mismísimo presidente callaba a favor. “Lo es”, empezó a decir, “ministro esperanzador. Es usted sin duda un gran cabrón, si no el mejor”.
Ahora tienes que decirlo, bien alto y bien claro. Decirlo bien, nada de susurros de altavoz descabezado. Como tú sabes. Ya saben de lo que eres capaz cuando te escondes.