El ángel ya no me mira a los ojos a la cara. El ángel utiliza cola blanca para sus plumas gallináceas para vuelo.
Ya no vuela, ha nacido el angelical artificio semitransparente semipiel semimanos, sé-mis-alas ya no me mira, me despelleja con su ojo de cristal su diana de contrato.
En la última página de los libros sagrados no están las soluciones.
Para volar, el ángel innecesario necesita licencia y espacio aéreo.
A los hechos me remito ante la duda bajo llave cabe esperar con el rabo entre las piernas contra lo establecido de perdidos al río desde que nací en el brillo de tus ojos entre pasado y futuro hacia tu rostro hasta chocarme
“Disculpe señor ministro pero es usted un cabrón”.
La sala parecía estar de acuerdo, hasta el mismísimo presidente callaba a favor. “Lo es”, empezó a decir, “ministro esperanzador. Es usted sin duda un gran cabrón, si no el mejor”.
Ahora tienes que decirlo, bien alto y bien claro. Decirlo bien, nada de susurros de altavoz descabezado. Como tú sabes. Ya saben de lo que eres capaz cuando te escondes.
Al acertar es imposible escoger lo heredado, señalar el amor que nos viene encontrado. Cuántos dedos son, sin haberlos tocado, meses que el mar deshizo en naufragios.