No puedo quitarme, no puedo sacar de mi cabeza la memoria flácida y marmórea carne más allá de esta frontera epidérmica que una viva imagen de muerte ignora.
No puedo olvidar ni la imagen ni tragarme la vergüenza ajena que me señala: culpable, pudiste y no hacer nada es el poso de esta desdicha.
No puedo amar enteramente o dormir enteras las noches; no puedo ignorar las vallas al horizonte, no puedo perdonar eso que somos todos y no se aguanta.
Creo que la amo. No hay nada parecido a la seguridad en el amor. Hay alas, hay vuelo, pero el imperio de la gravedad sigue a merced de la experiencia. Los errores pesan. Hasta que llega una luz, con su mirada nítida y me imagina.
No puedo decir que la amé. Sería mentir. La amé, eso es cierto, pero no fui yo. Fue un extraño ser, una cándida y pueril imagen de mi rostro imberbe, de mis ojos dulces y sonrisa complaciente. Tal vez ese extraño la amase.