Nadie vendrá a salvarnos.
Ninguna esfinge nos dirá si hemos acertado
antes de afilar su ingenio.
Los corruptos no comparten método
ni criterio con los justos.
No reparten tampoco el triunfo
que a los propios es ajeno.
Al primer cuarto del veintiuno
España es un atraco de cien años,
a merced del préstamo usurero
al amparo del político-esperpento.
Alternancia de los chupópteros nacionales,
simultáneo pillaje de regionales y alcaldes;
los clanes, las tramas, los reales;
las casas, desahucios, los crespones.
Nadie vendrá a salvarnos.
La justicia peca en los pecados mayores;
dispone apenas de las minutas
del ladrón a su alcance.
La mentira normaliza en las portadas
que la verdad llega siempre tarde.
Juego de niños: chivato culpable.
Sentencia austera si el fiscal se atreve
a dudar de los fundadores
a manos llenas tras el acorde.
No vendrá a salvarnos
ni el rubor de los corderos
ni el rugir de los militares.
También podemos subir al monte,
cultivarnos como quien se hace el valiente,
a esperar, otra vez, que la historia entierre
lo que el miedo a tiempo no juzgue.
Uno se siente, a veces
como un envoltorio de aire;
como si la fragilidad de un globo
durase una vida consciente.
Entonces, uno trata de no respirar
demasiado fuerte;
entonces uno teme y tiembla
cuando sopla recuerdos ausentes.
Las estrellas esperan la luna
para lucir sus vestidos de noche
como la luz espera tu sonrisa
para iluminar los corazones.
Las dunas viajan de arena
cubriendo y descubriendo valles
como tus dedos viajan de seda
tapando y destapando huracanes.
En sus pupilas negras
bailan las luciérnagas
cuando se enamoran.
Así nacen las estrellas.
Así, cuando se acercan,
late ignífera la aurora.
Así se apaga una vela.
Así, cuando se alejan,
olvida su olor la rosa.
Ramas esculpidas bajo mármol,
lluvia entre cascadas de sables,
sombras hundidas en el barro.
Desde entonces soy rayo latente.
Antes encina, nogal, a veces sauce.
Ahora me quedo fuego, impotente.
No puedo decir que la amé.
Sería mentir.
La amé, eso es cierto,
pero no fui yo.
Fue un extraño ser,
una cándida y pueril imagen
de mi rostro imberbe,
de mis ojos dulces
y sonrisa complaciente.
Tal vez ese extraño la amase.
I
Sé que lloraré cuando te vayas,
durante meses,
un torrente
por los ojos.
Si es pronto,
la juventud
me aplastará
como a una mosca
veraniega.
Son frías estas almas de piedra
haciendo cola.
Sospechan dentro de diminutos bolsos
de las miradas largas.
El tiempo olvida
y después mata. No pregunta.
Sólo continúa
dejando tras de sí censuras
imposibles de olvidar.