La ciudad sin Laura, de Francisco Luis Bernárdez | Poema

    Poema en español
    La ciudad sin Laura

    En la ciudad callada y sola mi voz despierta una 
        profunda resonancia. 
    Mientras la noche va creciendo pronuncio un 
        nombre y este nombre me acompaña. 
    La soledad es poderosa pero sucumbe ante mi voz 
        enamorada. 
    No puede haber nada tan fuerte como una voz 
        cuando esa voz es la del alma. 
    En el sonido con que suena siento el sonido de 
        una música lejana. 
    Y en la energía remota que la mueve siento el calor de 
        una remota llamarada. 
    Porque mi voz es una chispa de aquella hoguera 
        que eterniza lo que abrasa. 
    Porque mi amor es una chispa de aquella hoguera 
        que eterniza lo que abrasa. 
    Para poblar este desierto me basta y sobra con 
        decir una palabra. 
    El dulce nombre que pronuncio para poblar este 
        desierto es el de Laura. 
    Las cosas son inteligibles porque este nombre de mujer 
        las ilumina. 
    Porque este nombre las arranca de las tinieblas en 
        que estaban sumergidas. 
    Una por una recuperan su resplandor espiritual y 
        resucitan. 
    Una por una se levantan con el candor y la belleza 
        que teman. 
    La obscuridad desaparece mientras el sueño silencioso 
        se disipa. 
    Por este nombre de los nombres hasta la muerte sin 
        palabras tiene vida. 
    Ya no resuena entre las cosas el gran torrente de las 
        noches y los días. 
    El tiempo calla y se detiene para escuchar esta perfecta 
        melodía. 
    Mi vida entera permanece porque este nombre que 
        recuerdo no me olvida. 
    Porque este nombre me sostiene con emoción desde su 
        tierna lejanía. 
    Cuando mi boca lo ignoraba, la soledad era más honda 
        que el silencio. 
    Cuando mi boca estaba muda, mi corazón era invisible 
        como el viento. 
    Se conocía que vivía por la canción que lo tenía 
        prisionero. 
    Pero vivía en otro mundo; para las cosas de este mundo 
        estaba muerto. 
    Le pesadumbre de las horas era mas íntima que nunca 
        en aquel tiempo. 
    Porque las noches eran largas; porque los días de las noches 
        eran lentos. 
    La tierra estaba más obscura porque faltaban las estrellas 
        en el cielo. 
    El manantial de donde brota la luz que alumbra el corazón 
        estaba seco. 
    ¿Qué hubiera sido de mi vida sin este nombre que pronuncio 
        en el desierto? 
    ¿Qué hubiera sido de mi vida sin este amor que me acompaña 
        desde lejos? 
    Lejos está la dulce causa del corazón, de la cabeza y de la 
        mano. 
    Pero su ausencia es la del río, que con la fuente que lo llora 
        vive atado. 
    Nunca he sentido como ahora la vecindad de la mujer que 
        estoy cantando. 
    Cuando el amor está presente no puede haber nada escondido 
        ni lejano. 
    La luz del fuego que me alumbra ¿no es la que alumbra el 
        corazón del ser amado? 
    La llamarada que me quema ¿no es la del fuego en que se 
        quema sin descanso? 
    Aunque las leguas se interponen entre nosotros, ya no pueden 
        separarnos. 
    Porque el amor que vence al tiempo no puede estar sino a 
        cubierto del espacio. 
    Entre la dicha y mi existencia la diferencia que hubo ayer se va 
        borrando. 
    El ser que nombro es el que, siendo, me da una vida sin dolor 
        ni sobresalto.