De pompa ceñida bajó del Olimpo la Diosa que en fuego mi pecho encendió; sus ojos azules de azul de los cielos, su rubio cabello de rayos del sol:
al labio y mejilla carmín dio la aurora; dio el alba a la frente su blando color; y al pecho de nieve su brillo argentado la cándida senda que Juno formó.
En trono de nácar la luna de agosto, el iris en mayo tras nube veloz, y en fértil otoño la lluvia primera, tan gratas al alma, tan dulces no son.
No tanto me asombra del mar el bramido, de horrísonos truenos el ronco fragor, y el rayo rasgando la cóncava nube, cual temo sus iras, su adusto rigor...
Mas ¡ay! Que los vientos ya baten las alas; ya el carro de nubes apresta el Amor; ya Céfiro riza la pluma a los cisnes; y en coro levantan las Gracias su voz:
cual rápida estrella que cruza los aires, cual fúlgida aurora que el polo alumbró, fugaz desparece la plácida Diosa; y el orbe se cubre de luto y dolor.