Pálida está de amores mi dulce niña. ¡Nunca vuelven las rosas a sus mejillas!
Nunca de amapolas o adelfas ceñida mostró Citerea su frente divina. Téjenle guirnaldas de jazmín sus ninfas, y tiernas violas Cupido le brinda.
Pálida está de amores mi dulce niña. ¡Nunca vuelven las rosas a sus mejillas!
El sol en su ocaso presagia desdichas con rojos celajes la faz encendida. El alba, en Oriente, más plácida brilla; de cándido nácar los cielos matiza.
Pálida está de amores mi dulce niña. ¡Nunca vuelven las rosas a sus mejillas!
¡Qué linda se muestra, si a dulces caricias afable responde con blanda sonrisa! Pero muy más bellas el amor convida si de amor se duele si de amor respira.
Pálida está de amores mi dulce niña. ¡Nunca vuelven las rosas a sus mejillas!
Sus lánguidos ojos el brillo amortiguan; retiemblan sus brazos; su seno palpita. Ni escucha, ni habla, ni ve, ni respira; y busca en sus labios el alma y la vida…
Pálida está de amores mi dulce niña. ¡Nunca vuelven las rosas a sus mejillas!