Pasa y sigue, de Gabriel Celaya | Poema

    Poema en español
    Pasa y sigue

    Uno va, viene y vuelve, cansado de su nombre; 
    va por los bulevares y vuelve por sus versos, 
    escucha el corazón que, insumiso, golpea 
    como un puño apretado fieramente llamando, 
    y se sienta en los bancos de los parques urbanos, 
    y ve pasar la gente que aún trata de ser alguien. 

    Entonces uno siente qué triste es ser un hombre. 
    Entonces uno siente qué duro es estar solo. 
    Se hojean febrilmente los anuarios buscando 
    la profesión «poeta» –¡ay, nunca registrada!–. 
    Y entonces uno siente cansancio, y más cansancio, 
    solamente cansancio, tiempo lento y cargado. 

    Quisiera que escucharais las hojas cuando crecen, 
    quisiera que supierais lo que es abrirse el aire 
    creyendo que uno colma de evidencia el instante 
    con su golpe de savia y ascendencia situada, 
    quisiera que pensarais después de tanto esfuerzo 
    que esa gloria y sorpresa fueron luz, fueron nada. 

    Lloraríais conmigo la lágrima o la estrella, 
    lloraríais verdades de temblor transparente, 
    caeríais como gotas de lo espeso afligido 
    y en lo pálido y liso diminutos tambores 
    sonarían al paso de los números neutros 
    como largos sumandos de impasible cansancio. 

    Lloraríais, y, ¡ay!, lloro, yo, plural, yo, horadado, 
    desalmándome lento, sintiendo ya los huesos 
    que, sueltos, se golpean, y al fin, desencajados, 
    baten, baten, aventan –polvo y paja– mi vida. 
    Lloraríais si vierais cómo pienso en vosotros. 
    Lloraríais, y ¡ay!, lloro, lluevo amén mi fatiga. 

    Da miedo ser poeta; da miedo ser un hombre 
    consciente del lamento que exhala cuando existe. 
    Da miedo decir alto lo que el mundo silencia. 
    Más ¡ay! es necesario, más ¡ay! soy responsable 
    de todo lo que siento y en mí se hace palabra, 
    gemido articulado, temblor que se pronuncia. 

    Pensadlo: ser poeta no es decirse a sí mismo. 
    Es asumir la pena de todo lo existente, 
    es hablar por los otros, es cargar con el peso 
    mortal de lo no dicho, contar años por siglos, 
    ser cualquiera o ser nadie, ser la voz ambulante 
    que recorre los limbos procurando poblarlos. 

    A través de mí pasa: yo irradio transparente, 
    yo transmito muriendo, yo sin yo doy estado 
    al hombre que si mira parece que algo exige, 
    y simplemente mira, me está siempre mirando, 
    y esperando, esperando desde hace mil milenios 
    que alguien pronuncie un verso donde poder tenderse. 

    Sonámbulos acuden a mí los que no saben 
    si sufren o si sólo por no muertos del todo 
    aún siguen suspirando sin encontrar su forma, 
    su expresión absoluta, su descanso y mi olvido. 
    Y como quien conjura fantasmas yo pronuncio 
    palabras en que dejo de ser quien soy por ellos. 

    Cuando grito, no grita mi yo para decirse. 
    Cuando lloro, quien llora dentro de mí es cualquiera, 
    y es tan sólo en los otros donde vivo de veras. 
    Mis cantos son los cantos rodados que una mansa 
    corriente milenaria suaviza y uniforma, 
    y el murmullo del agua los va deletreando. 

    ¡Oh jóvenes poetas!, mirad, estoy llamando, 
    hundido en ese fondo que aún no ha sido expresado 
    de los muertos y el muerto que yo sumo al fracaso. 
    Decid lo que no supe, lo que nadie aún ha dicho. 
    Yo cumplí lo que pude, pero todo fue en vano, 
    y hoy me siento cansado –perdonadme–, cansado. 

    No me hagáis más preguntas. Cantad cara al mañana 
    lo común de la sangre, lo perpetuo y corriente. 
    No, al solo yo atenidos, penséis que vuestra muerte 
    es la muerte sin vuelta y el fin de vuestro anhelo. 
    Mientras haya en la tierra un solo hombre que cante, 
    quedará una esperanza para todos nosotros.