Me asomo a mi agujero pequeñito. Fuera suena el mundo, sus números, su prisa, sus furias que dan a una su zumba y su lamento. Y escucho. No lo entiendo.
Los hombres amarillos, los negros o los blancos, la Bolsa, las escuadras, los partidos, la guerra: largas filas de hombres cayendo de uno en uno. Los cuento. No lo entiendo.
Levantan sus banderas, sus sonrisas, sus dientes, sus tanques, su avaricia, sus cálculos, sus vientres y una belleza ofrece su sexo a la violencia. Lo veo. No lo creo.
Yo tengo mi agujero oscuro y calentito. Si miro hacia lo alto, veo un poco de cielo. Puedo dormir, comer, soñar con Dios, rascarme. El resto no lo entiendo.
Se ha perdido un hombre calvo, de ojos claros. Se ignora su nombre. Ya no tiene años. Confunde su vida con lo que ha inventado. Viste como todos. No es ni alto ni bajo. // Se ha perdido un hombre que salió buscando algo cuyo nombre
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante, mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia, fieramente existiendo, ciegamente afirmado, como un pulso que golpea las tinieblas,
El amor y la tierra se abrazan sollozando, y la arcilla y el ansia, y el hombre nuevo nace. —¿De dónde vienes, dime; di, amigo, adónde vienes? (Unos pájaros largos volaban sobre el llano).