Oración al Cristo del calvario, de Gabriela Mistral | Poema

    Poema en español
    Oración al Cristo del calvario

    En esta tarde, Cristo del Calvario, 
    vine a rogarte por mi carne enferma; 
    pero, al verte, mis ojos van y vienen 
    de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza. 

    ¿Cómo quejarme de mis pies cansados, 
    cuando veo los tuyos destrozados? 
    ¿Cómo mostrarte mis manos vacías, 
    cuando las tuyas están llenas de heridas? 

    ¿Cómo explicarte a ti mi soledad, 
    cuando en la cruz alzado y solo estás? 
    ¿Cómo explicarte que no tengo amor, 
    cuando tienes rasgado el corazón? 

    Ahora ya no me acuerdo de nada, 
    huyeron de mí todas mis dolencias. 
    El ímpetu del ruego que traía 
    se me ahoga en la boca pedigüeña. 

    Y sólo pido no pedirte nada, 
    estar aquí, junto a tu imagen muerta, 
    ir aprendiendo que el dolor es sólo 
    la llave santa de tu santa puerta. 

    Amén.  

    Gabriela Mistral nació en Vicuña, Chile, en 1889, y murió en Nueva York en 1957. Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1945 y el Premio Nacional de Literatura en 1951. Publicó los poemarios Desolación (1922), Ternura (1924), Tala (1938) y Lagar (1954). Póstumamente aparecieron Poema de Chile (1967) y Almácigo (2016), entre otros. Fue también una ensayista y cronista cuya importancia es reivindicada cada vez más. En esa línea, Lumen ha publicado Niña errante (2010), su correspondencia con Doris Dana, y Caminando se siembra. Prosas inéditas (2013).

    • Madrecita mía, 
      madrecita tierna, 
      déjame decirte 
      dulzuras extremas. 
      Es tuyo mi cuerpo 
      que juntaste en ramo; 
      deja revolverlo 
      sobre tu regazo. 
      Juega tú a ser hoja 
      y yo a ser rocío: 
      y en tus brazos locos 
      tenme suspendido. 

    • Hay países que yo recuerdo 
      como recuerdo mis infancias. 
      Son países de mar o río, 
      de pastales, de vegas y aguas. 
      Aldea mía sobre el Ródano, 
      rendida en río y en cigarras; 
      Antilla en palmas verdi-negras 
      que a medio mar está y me llama; 

    • Padre Nuestro, que estás en los cielos, 
      ¡por qué te has olvidado de mí! 
      Te acordaste del fruto en febrero, 
      al llagarse su pulpa rubí. 
      ¡Llevo abierto también mi costado, 
      y no quieres mirar hacia mí! 

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