Sonetos de la muerte, de Gabriela Mistral | Poema

    Poema en español
    Sonetos de la muerte

    I
     
    Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
    te bajaré a la tierra humilde y soleada.
    Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
    y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
     
    Te acostaré en la tierra soleada con una
    dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
    y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
    al recibir tu cuerpo de niño dolorido.
     
    Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
    y en la azulada y leve polvareda de luna,
    los despojos livianos irán quedando presos.
     
    Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
    ¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
    bajará a disputarme tu puñado de huesos!
     
    II
     
    Este largo cansancio se hará mayor un día,
    y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
    arrastrando su masa por la rosada vía,
    por donde van los hombres, contentos de vivir...
     
    Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
    que otra dormida llega a la quieta ciudad.
    Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
    ¡y después hablaremos por una eternidad!
     
    Sólo entonces sabrás el por qué no madura
    para las hondas huesas tu carne todavía,
    tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.
     
    Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;
    sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
    y, roto el pacto enorme, tenías que morir...
     
    III
     
    Malas manos tomaron tu vida desde el día
    en que, a una señal de astros, dejara su plantel
    nevado de azucenas. En gozo florecía.
    Malas manos entraron trágicamente en él...
     
    Y yo dije al Señor: -'Por las sendas mortales
    le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar!
    ¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
    o le hundes en el largo sueño que sabes dar!
     
    ¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
    Su barca empuja un negro viento de tempestad.
    Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor'
     
    Se detuvo la barca rosa de su vivir...
    ¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
    ¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!

    Gabriela Mistral nació en Vicuña, Chile, en 1889, y murió en Nueva York en 1957. Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1945 y el Premio Nacional de Literatura en 1951. Publicó los poemarios Desolación (1922), Ternura (1924), Tala (1938) y Lagar (1954). Póstumamente aparecieron Poema de Chile (1967) y Almácigo (2016), entre otros. Fue también una ensayista y cronista cuya importancia es reivindicada cada vez más. En esa línea, Lumen ha publicado Niña errante (2010), su correspondencia con Doris Dana, y Caminando se siembra. Prosas inéditas (2013).

    • Que mi dedito lo cogió una almeja, 
      y que la almeja se cayó en la arena, 
      y que la arena se la tragó el mar. 
      Y que del mar la pescó un ballenero 
      y el ballenero llegó a Gibraltar; 
      y que en Gibraltar cantan pescadores: 
      -«Novedad de tierra sacamos del mar, 

    • Hay países que yo recuerdo 
      como recuerdo mis infancias. 
      Son países de mar o río, 
      de pastales, de vegas y aguas. 
      Aldea mía sobre el Ródano, 
      rendida en río y en cigarras; 
      Antilla en palmas verdi-negras 
      que a medio mar está y me llama; 

    • Doña Primavera 
      viste que es primor, 
      viste en limonero 
      y en naranjo en flor. 

      Lleva por sandalias 
      unas anchas hojas, 
      y por caravanas 
      unas fucsias rojas. 

      Salid a encontrarla 
      por esos caminos. 
      ¡Va loca de soles 
      y loca de trinos!