La guerra, de Gaspar Núñez de Arce | Poema

    Poema en español
    La guerra

    Por razones que se calla 
    la historia prudentemente, 
    dos monarcas de Occidente 
    riñeron fiera batalla. 
    La causa del rompimiento 
    no está, en verdad, a mi alcance, 
    ni hace falta para el lance 
    que referiros intento. 
    Sobre el campo del honor 
    cubierto de sangre y gloria, 
    donde alcanzó la victoria 
    más la astucia que el valor; 
    dos discípulos de Marte, 
    que airados se acometieron 
    y juntamente cayeron 
    pasados de parte a parte; 
    sumergidos en el lodo, 
    mientras que llegaba el cura 
    para darles sepultura, 
    platicaban de este modo: 

    SOLDADO PRIMERO 

    ¡Hola, compadre! ¿Qué tal 
    te ha parecido el asunto? 

    SOLDADO SEGUNDO 

    Puesto que me ves difunto 
    debe parecerme mal. 

    SOLDADO PRIMERO 

    Pues ha sido divertida 
    la función: mira a tu lado. 
    Lo menos hemos quedado 
    doce mil héroes sin vida. 
    Y en esto me quedo corto, 
    que me enfadan los extremos. 

    SOLDADO SEGUNDO 

    ¡Con qué habilidad nos hemos 
    destrozado! Estoy absorto. 
    Ha habido alarmas y sustos 
    y muertes y atrocidades 
    para todas las edades 
    y para todos los gustos. 

    SOLDADO PRIMERO 

    Mas yo quisiera saber 
    por qué con tanto denuedo 
    nos matamos... 

    SOLDADO SEGUNDO 

    ¡Ay! No puedo 
    tu duda satisfacer. 
    Para entrar en esta danza 
    tuve que dejar mi oficio. 
    Sé que aprendí el ejercicio, 
    sé que estudié la Ordenanza. 
    Sé que en compañía de esos 
    que están mordiendo la tierra, 
    me trajeron a la guerra 
    y me moliste los huesos. 
    Y, en fin, francamente hablando, 
    puedo decirte al oído, 
    que he muerto como he nacido; 
    sin saber por qué, ni cuándo. 

    SOLDADO PRIMERO 

    De tu explicación me huelgo, 
    porque mi vida retrata. 
    En esto, alzando la pata 
    un moribundo jamelgo, 
    ¡Gracias, dioses inmortales! 
    -dijo con voz lastimera- 
    Pues de la misma manera 
    morimos los animales. 
    Cuando pasó la impresión 
    de tan extraño incidente, 
    así anudó el más valiente 
    la rota conversación: 

    SOLDADO PRIMERO 

    Aunque ignoramos la ley, 
    origen de esta querella, 
    juro a Dios vivo que en ella 
    lleva la razón mi rey. 

    SOLDADO SEGUNDO 

    ¿Y por qué? 

    SOLDADO PRIMERO 

    Porque es el mío. 

    SOLDADO SEGUNDO 

    ¡Qué salida de pavana! 
    La justicia es de quien gana. 

    SOLDADO PRIMERO 

    De tu ignorancia me río. 
    ¡Pues cuántos que han hecho eternos 
    sus nombres con la victoria, 
    no han ido a gozar la gloria 
    de su triunfo a los infiernos! 

    SOLDADO SEGUNDO 

    Considera lo que dices, 
    porque estoy ardiendo en ira. 

    SOLDADO PRIMERO 

    ¡No me alces el gallo!... 

    SOLDADO SEGUNDO 

    Mira 
    que te rompo las narices. 
    Y fieros y cejijuntos 
    a combatir empezaron 
    de nuevo... ¡y no se mataron, 
    porque ya estaban difuntos! 
    Diéronse golpes crueles, 
    hasta que hueca y ufana 
    llegó la Locura humana, 
    sonando sus cascabeles. 
    Puso paz entre los dos 
    y dijo con desenfado: 
    «¿Qué es esto? Habéis olvidado 
    que sois imagen de Dios? 
    Tal vez la inmortalidad 
    con justo título esperen 
    los que por la patria mueren, 
    por Dios, por la libertad. 
    Pero que el hombre sucumba 
    en conquistadora guerra, 
    cuando siete pies de tierra 
    le bastan para su tumba; 
    o que en lucha fratricida 
    entre, sin saber quizá 
    ni por qué la muerte da, 
    ni por qué pierde la vida; 
    esto mi paciencia apura, 
    y cuantas veces lo veo, 
    aunque soy Locura, creo 
    que es demasiada locura.» 



    Diciembre de 1857

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