Los camellos, de Guillermo Valencia | Poema

    Poema en español
    Los camellos

    Lo triste es así... 
    Peter Altenberg 

     
    Dos lánguidos camellos, de elásticas cervices, 
    de verdes ojos claros y piel sedosa y rubia, 
    los cuellos recogidos, hinchadas las narices, 
    a grandes pasos miden un arenal de Nubia. 

    Alzaron la cabeza para orientarse, y luego 
    el soñoliento avance de sus vellosas piernas 
    -bajo el rojizo dombo de aquel cenit de fuego- 
    pararon silenciosos, al pie de las cisternas... 

    Un lustro apenas cargan bajo el azul magnífico, 
    y ya sus ojos quema la fiebre del tormento: 
    tal vez leyeron, sabios, borroso jeroglífico 
    perdido entre las ruinas de infausto monumento. 

    Vagando taciturnos por la dormida alfombra, 
    cuando cierra los ojos el moribundo día, 
    bajo la virgen negra que los llevó en la sombra 
    copiaron el desfile de la Melancolía... 

    Son hijos del Desierto: prestóles la palmera 
    un largo cuello móvil que sus vaivenes finge, 
    y en sus marchitos rostros que esculpe la Quimera 
    ¡sopló cansancio eterno la boca del Esfinge! 

    Dijeron las Pirámides que el viejo sol rescalda: 
    'amamos la fatiga con inquietud secreta...' 
    y vieron desde entonces correr sobre una espalda 
    tallada en carne, viva, su triangular silueta. 

    Los átomos de oro que el torbellino esparce 
    quisieron en sus giros ser grácil vestidura, 
    y unidos en collares por invisible engarce 
    vistieron del giboso la escuálida figura. 

    Todo el fastidio, toda la fiebre, toda el hambre, 
    la sed sin agua, el yermo sin hembras, los despojos 
    de caravanas... huesos en blanquecino enjambre... 
    todo en el cerco bulle de sus dolientes ojos. 

    Ni las sutiles mirras, ni las leonadas pieles, 
    ni las volubles palmas que riegan sombra amiga, 
    ni el ruido sonoroso de claros cascabeles 
    alegran las miradas al rey de la fatiga: 

    ¡Bebed dolor en ellas, flautistas de Bizancio 
    que amáis pulir el dáctilo al son de las cadenas, 
    sólo esos ojos pueden deciros el cansancio 
    de un mundo que agoniza sin sangre entre las venas! 

    ¡Oh artistas! ¡Oh camellos de la Llanura vasta 
    que vais llevando a cuestas el sacro Monolito! 
    ¡Tristes de Esfinge! ¡novios de la Palmera casta! 
    ¡Sólo calmáis vosotros la sed de lo infinito! 

    ¿Qué pueden los ceñudos? ¿Qué logran las melenas 
    de las zarpadas tribus cuando la sed oprime? 
    Sólo el poeta es lago sobre este mar de arenas, 
    sólo su arteria rota la humanidad redime. 

    Se pierde ya a lo lejos la errante caravana 
    dejándome -camello que cabalgó el Excidio...- 
    ¡Cómo buscar sus huellas al sol de la mañana, 
    entre las ondas grises de lóbrego fastidio! 

    ¡No! buscaré dos ojos que he visto, fuente pura 
    hoy a mi labio exhausta, y aguardaré paciente 
    hasta que suelta en hilos de mística dulzura 
    refresque las entrañas del lírico doliente; 

    Y si a mi lado cruza la sorda muchedumbre 
    mientras el vago fondo de esas pupilas miro, 
    dirá que vio un camello con honda pesadumbre, 
    mirando silencioso dos fuentes de zafiro...