Las ropas desceñidas,
desnudas las espaldas,
en el dintel de oro de la puerta
dos ángeles velaban.
Me aproximé a los hierros
que defienden la entrada,
y de las dobles rejas en el fondo
la vi confusa y blanca.
La vi como la imagen
que en leve ensueño pasa,
como rayo de luz tenue y difuso
que entre tinieblas nada.
Me sentí de un ardiente
deseo llena el alma:
como atrae un abismo, aquel misterio
hacia sí me arrastraba.
Mas ¡ay!, que de los ángeles
parecía decirme las miradas:
-El umbral de esta puerta
sólo Dios lo traspasa.