En el gesto diario del beber de las plantas está cada palabra que escribo para ti, para ti y para todos. La punta de la lengua que se quemamientras hago el café, cuando me pillo un dedo con la puerta y la uña morada golpea el azulejo con la rabia del que se sabe indefinidamente postergado. Más tarde ya no pasará el tiempo; cuando nos levantemos por la noche con sensación de miedo detrás de las orejas, mintiendo que dormimos, pensando en nuestras cosas de mayores. Pero ahora se me llenan las líneas de palabras que precisan un mínimo trazado, una iluminación remota para ser lo que son: razones saturadas que se vierten por los cuatro rincones. Apenas soy capaz de saludarles, con este olor a grava que siempre nos recorre, con las ganas ilógicas de quedarnos sentados enfrente de las penas de los otros sin saberles llegar, sin saber qué decir a sus vacíos que son exactos a los nuestros, las mismas muertes y los mismos desastres pero pintados con otra gama de colores. Todo es como un choque, la vergüenza de los que nos creemos que somos dueños de nuestros albedríos. Demoramos las restas para que no se queden las manos tan inútiles delante de los hijos que sabrán -al final- que no sabemos cómo ha pasado esto con lo hermosa que estaba la parcela cuando nos trasladamos a vivir.
En el gesto diario del beber de las plantas está cada palabra que escribo para ti, para ti y para todos. La punta de la lengua que se quemamientras hago el café, cuando me pillo un dedo con la puerta y la uña morada golpea el azulejo
No sé jugar a nada. Ahora parece que la niebla cumple su compromiso de forrarme las manos. Es lo que tiene ir de avispada, perderse en casas grandes, imaginarse entera desde el principio. Me hablan de mi vida quienes la desconocen