No vive en este barrio. No conoce las tiendas. No conoce a las gentes que se afanan en ellas. No sabe a lo que vino. No compra aquí la prensa. Recuerda las esquinas que los perros recuerdan.
Ventanas encendidas le agrandan la tristeza. Corazón traseúnte, junto a las casas nuevas camina vacilando, como un hombre a quien llevan. El viento del suburbio se le enreda en las piernas.
La calle como entonces. Como entonces ajena. Y el aire oscurecido la noche que se acerca. Cuando dobla la esquina y aprieta el paso, sueña que el tiempo no ha cambiado, jugando a que regresa.
De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso, dejar atrás un sótano más negro que mi reputación -y ya es decir-, poner visillos blancos y tomar criada, renunciar a la vida de bohemio, si vienes luego tú, pelmazo,
Nada hay tan dulce como una habitación para dos, cuando ya no nos queremos demasiado, fuera de la ciudad, en un hotel tranquilo, y parejas dudosas y algún niño con ganglios,