No vive en este barrio. No conoce las tiendas. No conoce a las gentes que se afanan en ellas. No sabe a lo que vino. No compra aquí la prensa. Recuerda las esquinas que los perros recuerdan.
Ventanas encendidas le agrandan la tristeza. Corazón traseúnte, junto a las casas nuevas camina vacilando, como un hombre a quien llevan. El viento del suburbio se le enreda en las piernas.
La calle como entonces. Como entonces ajena. Y el aire oscurecido la noche que se acerca. Cuando dobla la esquina y aprieta el paso, sueña que el tiempo no ha cambiado, jugando a que regresa.
Este despedazado anfiteatro, impío honor de los dioses, cuya afrenta publica el amarillo jaramago, ya reducido a trágico teatro, ¡oh fábula del tiempo! representa cuánta fue su grandeza y es su estrago. RODRIGO CARO
Nada hay tan dulce como una habitación para dos, cuando ya no nos queremos demasiado, fuera de la ciudad, en un hotel tranquilo, y parejas dudosas y algún niño con ganglios,