Contra Jaime Gil de Biedma, de Jaime Gil de Biedma | Poema

    Poema en español
    Contra Jaime Gil de Biedma

    De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso, 
    dejar atrás un sótano más negro 
    que mi reputación -y ya es decir-, 
    poner visillos blancos 
    y tomar criada, 
    renunciar a la vida de bohemio, 
    si vienes luego tú, pelmazo, 
    embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes, 
    zángano de colmena, inútil, cacaseno, 
    con tus manos lavadas, 
    a comer en mi plato y a ensuciar la casa? 

    Te acompañan las barras de los bares 
    últimos de la noche, los chulos, las floristas, 
    las calles muertas de la madrugada 
    y los ascensores de luz amarilla 
    cuando llegas, borracho, 
    y te paras a verte en el espejo 
    la cara destruida, 
    con ojos todavía violentos 
    que no quieres cerrar. Y si te increpo, 
    te ríes, me recuerdas el pasado 
    y dices que envejezco. 

    Podría recordarte que ya no tienes gracia. 
    Que tu estilo casual y que tu desenfado 
    resultan truculentos 
    cuando se tienen más de treinta años, 
    y que tu encantadora 
    sonrisa de muchacho soñoliento 
    -seguro de gustar- es un resto penoso, 
    un intento patético. 
    Mientras que tú me miras con tus ojos 
    de verdadero huérfano, y me lloras 
    y me prometes ya no hacerlo. 

    Si no fueses tan puta! 
    Y si yo supiese, hace ya tiempo, 
    que tú eres fuerte cuando yo soy débil 
    y que eres débil cuando me enfurezco... 
    De tus regresos guardo una impresión confusa 
    de pánico, de pena y descontento, 
    y la desesperanza 
    y la impaciencia y el resentimiento 
    de volver a sufrir, otra vez más, 
    la humillación imperdonable 
    de la excesiva intimidad. 

    A duras penas te llevaré a la cama, 
    como quien va al infierno 
    para dormir contigo. 
    Muriendo a cada paso de impotencia, 
    tropezando con muebles 
    a tientas, cruzaremos el piso 
    torpemente abrazados, vacilando 
    de alcohol y de sollozos reprimidos. 
    Oh innoble servidumbre de amar seres humanos, 
    y la más innoble 
    que es amarse a sí mismo!