Lento, amargo animal, de Jaime Sabines | Poema

    Poema en español
    Lento, amargo animal

    Lento, amargo animal 
    que soy, que he sido, 
    amargo desde el nudo de polvo y agua y viento 
    que en la primera generación del hombre pedía a Dios. 

    Amargo como esos minerales amargos 
    que en las noches de exacta soledad 
    —maldita y arruinada soledad 
    sin uno mismo— 
    trepan a la garganta 
    y, costras de silencio, 
    asfixian, matan, resucitan. 

    Amargo como esa voz amarga 
    prenatal, presubstancial, que dijo 
    nuestra palabra, que anduvo nuestro camino, 
    que murió nuestra muerte, 
    y que en todo momento descubrimos. 

    Amargo desde dentro, 
    desde lo que no soy, 
    —mi piel como mi lengua— 
    desde el primer viviente, 
    anuncio y profecía. 

    Lento desde hace siglos, 
    remoto —nada hay detrás—, 
    lejano, lejos, desconocido. 

    Lento, amargo animal 
    que soy, que he sido.

    • Un ropero, un espejo, una silla, 
      ninguna estrella, mi cuarto, una ventana, 
      la noche como siempre, y yo sin hambre, 
      con un chicle y un sueño, una esperanza. 
      Hay muchos hombres fuera, en todas partes, 
      y más allá la niebla, la mañana. 

    • Es la sombra del agua 
      y el eco de un suspiro, 
      rastro de una mirada, 
      memoria de una ausencia, 
      desnudo de mujer detrás de un vidrio. 

      Está encerrada, muerta -dedo 
      del corazón, ella es tu anillo-, 
      distante del misterio, 
      fácil como un niño. 

    • Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta. 

    • Uno no sabe nada de esas cosas 
      que los poetas, los ciegos, las rameras, 
      llaman «misterio», temen y lamentan. 
      Uno nació desnudo, sucio, 
      en la humedad directa, 
      y no bebió metáforas de leche, 
      y no vivió sino en la tierra 

    • Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi, 
      pero esa tarde me fui al cine e hice el amor. 
      Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta 
      con tus setenta años de virgen definitiva, 
      tendida sobre un catre, estúpidamente muerta.