I
En una noche nos hacemos viejos
y, al despertar al mundo, la mañana
en la luz del cristal de la ventana
nos clava, como insultos, sus reflejos.
Del resplandor de rosas ruborosas
de convexos contornos carmesíes,
de perfiles enhiestos en rubíes
y de lentas magnolias temblorosas,
de voltaicas vidrieras acuosas,
de topacios en jades genolíes,
de zafiros incisos sobre síes,
y de fúrgidas ráfagas furiosas
es el color que incendia la belleza.
Una columna surge
que atraviesa
y en los ejes del aire se aventura.
No accidente, no azar,
sino certeza,
piedra que se levanta en lo que dura
la sola imagen de su luz ilesa.