Del resplandor de rosas ruborosas de convexos contornos carmesíes, de perfiles enhiestos en rubíes y de lentas magnolias temblorosas, de voltaicas vidrieras acuosas, de topacios en jades genolíes, de zafiros incisos sobre síes, y de fúrgidas ráfagas furiosas es el color que incendia la belleza. Una columna surge que atraviesa y en los ejes del aire se aventura. No accidente, no azar, sino certeza, piedra que se levanta en lo que dura la sola imagen de su luz ilesa.
En la orilla del Sena sé y no sé si el autobús me lleva o la ballena de Jonás me conduce al Quai d'Orsay. La arena de los mares suena, suena. Régates a Argenteuil de Claude Monet se mueven en mis ojos y la arena que pinta en los desiertos Guillaumet: