Jamás la poesía de la tierra se extingue: cuando a todos los pájaros abate el sol ardiente y ocúltanse en fresdores de umbría, una voz corre de seto en seto, por prados recién segados. En la de la cigarra. El concierto dirige de la pompa estival y no se sacia nunca de sus delicias, pues si le cansan sus juegos, se tumba a reposar bajo algún junco amable. En la tierra jamás la poesía cesa: cuando, en la solitaria tarde invernal, el hielo ha labrado el silencio, en el hogar ya vibra el cántico del grillo, que aumenta sus ardores, y parece, al sumido en somnolencia dulce, la voz de la cigarra, entre colinas verdes.
Tienen los locos sueños donde traman elíseos de una secta. Y el salvaje vislumbra desde el sueño más profundo lo celestial. Es lástima que no hayan transcrito en una hoja o en vitela las sombras de esa lengua melodiosa
Mi alma es demasiado débil; sobre ella pesa, como un sueño inconcluso, la espera de la muerte y cada circunstancia u objeto es una suerte de decreto divino que anuncia que soy presa