Ni siquiera soy polvo, de Jorge Luis Borges | Poema

    Poema en español
    Ni siquiera soy polvo

    No quiero ser quien soy. La avara suerte 
    me ha deparado el siglo diecisiete, 
    el polvo y la rutina de Castilla, 
    las cosas repetidas, la mañana 
    que, prometiendo el hoy, nos da la víspera, 
    la plática del cura y del barbero, 
    la soledad que va dejando el tiempo 
    y una vaga sobrina analfabeta. 
    Soy hombre entrado en años. Una página 
    casual me reveló no usadas voces 
    que me buscaban, Amadís y Urganda. 
    Vendí mis tierras y compré los libros 
    que historian cabalmente las empresas: 
    el Grial, que recogió la sangre humana 
    que el Hijo derramó para salvarnos, 
    el ídolo de oro de Mahoma, 
    los hierros, las almenas, las banderas 
    y las operaciones de la magia. 
    Cristianos caballeros recorrían 
    los reinos de la tierra, vindicando 
    el honor ultrajado o imponiendo 
    justicia con los filos de la espada. 

    Quiera Dios que un enviado restituya 
    a nuestro tiempo ese ejercicio noble. 
    Mis sueños lo divisan. Lo he sentido 
    a veces en mi triste carne célibe. 
    No sé aún su nombre. Yo, Quijano, 
    seré ese paladín. Seré mi sueño. 
    En esta vieja casa hay una adarga 
    antigua y una hoja de Toledo 
    y una lanza y los libros verdaderos 
    que a mi brazo prometen la victoria. 
    ¿A mi brazo? Mi cara (que no he visto) 
    no proyecta una cara en el espejo. 

    Ni siquiera soy polvo. Soy un sueño 
    que entreteje en el sueño y la vigilia 
    mi hermano y padre, el capitán Cervantes, 
    que militó en los mares de Lepanto 
    y supo unos latines y algo de árabe... 
    Para que yo pueda soñar al otro 
    cuya verde memoria será parte 
    de los días del hombre, te suplico: 
    mi Dios, mi soñador, sigue soñándome. 

    Jorge Luis Borges nació en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899. Entre 1914 y 1921 vivió con su familia en Europa. A su regreso fundó las revistas Prisma y Proa, y publicó Fervor de Buenos Aires (1923) e Historia universal de la infamia (1935). Autor de poesía, cuento, ensayo y trabajos en colaboración, en las décadas siguientes su obra creció, fue traducida a más de veinticinco idiomas y alcanzó reconocimiento mundial. Fue presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, director de la Biblioteca Nacional, miembro de la Academia Argentina de Letras y profesor de la Universidad de Buenos Aires. Recibió importantes distinciones de gobiernos extranjeros, y el título de doctor honoris causa de las universidades de Columbia, Yale, Oxford, Michigan, Santiago de Chile, La Sorbona y Harvard. Obtuvo, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura (Argentina, 1956) y el Cervantes (España, 1979). Considerado uno de los más importantes escritores en lengua hispana de la historia de la literatura, murió en Ginebra el 14 de junio de 1986. 

    • Los ponientes y las generaciones. 
      Los días y ninguno fue el primero. 
      La frescura del agua en la garganta 
      De Adán. El ordenado Paraíso. 
      El ojo descifrando la tiniebla. 
      El amor de los lobos en el alba. 
      La palabra. El hexámetro. El espejo. 

    • Que otros se jacten de las páginas que han escrito; 
      a mí me enorgullecen las que he leído. 
      No habré sido un filólogo, 
      no habré inquirido las declinaciones, los modos, la laboriosa mutación de las letras, 
      la de que se endurece en te

    • En cierta calle hay cierta firme puerta 
      con su timbre y su número preciso 
      y un sabor a perdido paraíso, 
      que en los atardeceres no está abierta 
      a mi paso. Cumplida la jornada, 
      una esperada voz me esperaría 
      en la disgregación de cada día 

    • En la sala tranquila 
      cuyo reloj austero derrama 
      un tiempo ya sin aventuras ni asombro 
      sobre la decente blancura 
      que amortaja la pasión roja de la caoba, 
      alguien, como reproche cariñoso, 
      pronunció el nombre familiar y temido. 
      La imagen del tirano