Aquí estas en la sombra, con tu mano en la mía, respirando en un tiempo sin antes ni después.
Ya vez que, aunque te fuiste, no te vas todavía, y estas aquí, conmigo no importa donde estés.
Desnuda en esta sombra te palpara mi mano, lenta mano de ciego que acaricia una flor, y sabré de repente donde empieza el verano, yo, que solo he sabido donde acaba el amor.
Aquí estas en la sombra, conmigo todavía, compartiendo este lecho cálidamente aquí, Detenida en la noche, y donde nunca es de día, detenida en la noche y amaneciendo en mi.
Y ahora soy como el surco donde madura el trigo, como la flor que nace donde pisan tus pies, porque, aunque nunca vuelvas, siempre estarás conmigo, conmigo en esta sombra sin antes ni después.
Donde quiera en las noches se abrirá una ventana o una puerta cualquiera de una calle lejana, no importa dónde ni cuándo, puede ser donde quiera: ni menos en otoño, ni más en primavera.
Desde este mismo instante seremos dos extraños por estos pocos días, quien sabe cuántos años... yo seré en tu recuerdo como un libro prohibido uno de esos que nadie confiesa haber leído.
Amamos porque sí, sencillamente porque sí, sin saberlo, como cuando la espiga se levanta, como la lluvia cuando está cayendo, como el viento que pasa y no lo sabe y sin embargo, pasa y es el viento.
Vengo del fondo oscuro de una noche implacable y contemplo los astros con un gesto de asombro. Al llegar a tu puerta me confieso culpable y una paloma blanca se me posa en el hombro.