En el áureo esplendor de la mañana, viendo crecer la enredadera verde, mi alegría no sabe lo que pierde y mi dolor no sabe lo que gana.
Yo fui una vez como ese pozo oscuro, y fui como la forma de esa nube, como ese gajo verde que ahora sube mientras su sombra baja por el muro.
La vida entonces era diferente, y, en mi claro alborozo matutino, yo era como la rueda de un molino
que finge darle impulso a la corriente. Pero la vida es una cosa vaga, y el corazón va desconfiando de ella, como cuando miramos una estrella, sin saber si se enciende o si se apaga. Mi corazón, en tránsito de fuego, ardió de llama en llama, pero en vano, porque fue un ciego que extendió la mano
y sólo halló la mano de otro ciego. Y ahora estoy acodado en la ventana, y mi dolor no sabe lo que pierde ni mi alegría sabe lo que gana, viendo crecer la enredadera verde en el áureo esplendor de la mañana.
Y comenzaremos juntos un viaje hacia la aurora. Como dos fugitivos de la misma condena. Lo que ignoraba antes no he de callarlo ahora: No valías la pena.
Señora, según dicen, ya usted tiene otro amante, lástima que la prisa nunca sea elegante… Yo sé que no es frecuente que una mujer hermosa se resigne a ser viuda sin haber sido esposa.
Ahora que ya te fuiste, te diré que te quiero. Ahora que no me oyes, ya no debo callar. Tú seguirás tu vida y olvidarás primero... Y yo aquí, recordándote, a la orilla del mar.
En el recogimiento de la tarde que muere, entre las imprecisas brumas crepusculares, cada jirón de sombras cobra vida, y sugiere vaporosas siluetas familiares.