Puedes irte y no importa, pues te quedas conmigo como queda un perfume donde había una flor. Tú sabes que te quiero, pero no te lo digo; y yo sé que eres mía, sin ser mío tu amor.
La vida nos acerca y la vez nos separa, como el día y la noche en el amanecer... Mi corazón sediento ansía tu agua clara, pero es un agua ajena que no debo beber...
Por eso puedes irte, porque, aunque no te sigo, nunca te vas del todo, como una cicatriz; y mi alma es como un surco cuando se corta el trigo, pues al perder la espiga retiene la raíz.
Tu amor es como un río, que parece más hondo, inexplicablemente, cuando el agua se va. Y yo estoy en la orilla, pero mirando al fondo, pues tu amor y la muerte tienen un más allá.
Para un deseo así, toda la vida es poca; toda la vida es poca para un ensueño así... Pensando en ti, esta noche, yo besaré otra boca; y tú estarás con otro... ¡pero pensando en mí!
Donde quiera en las noches se abrirá una ventana o una puerta cualquiera de una calle lejana, no importa dónde ni cuándo, puede ser donde quiera: ni menos en otoño, ni más en primavera.
Vengo del fondo oscuro de una noche implacable y contemplo los astros con un gesto de asombro. Al llegar a tu puerta me confieso culpable y una paloma blanca se me posa en el hombro.
Desde este mismo instante seremos dos extraños por estos pocos días, quien sabe cuántos años... yo seré en tu recuerdo como un libro prohibido uno de esos que nadie confiesa haber leído.
Amamos porque sí, sencillamente porque sí, sin saberlo, como cuando la espiga se levanta, como la lluvia cuando está cayendo, como el viento que pasa y no lo sabe y sin embargo, pasa y es el viento.
Y comenzaremos juntos un viaje hacia la aurora. Como dos fugitivos de la misma condena. Lo que ignoraba antes no he de callarlo ahora: No valías la pena.