Recuerdo bien que te cerré la puerta. Sé que llamaste, y sé que no te abrí... Y ahora miro la puerta, y está abierta, y te siento de pronto junto a mí.
Entraste, y no sé como, todavía; pero sé que este amor tiene que ser como la claridad del mediodía en la penumbra del anochecer.
Y es tan inesperado este cariño que lo rechazo y lo retengo al par, como una madre que reprende a un niño, pero que llora viéndolo llorar...
II
Has entrado en mi amor tan silenciosa, que no sentí ni el roce de tu pie; y eres como el milagro de la rosa, que se hace rosa sin saber por que...
Y me penetra tu emoción sencilla, mas allá de mi bien y de mi mal, como la gota de agua por la arcilla, como la luz del sol por un cristal.
Y, cada vez más hondo, en lo más puro, tu amor se hace el caminar de tu amor, como la hiedra que se ciñe al muro, pero que lo reviste de verdor.
III
Yo te cerré la puerta, y tú la abriste, y te acercaste a mí con timidez, con tu sonrisa de muchacha triste que va a una fiesta por primera vez.
Y ahora sé que el amor entró contigo, mujer que, hecha de amor y para amar, tienes la doble cualidad del trigo: pan en la mesa y carne en el altar.
Y ahora me da temor la puerta abierta, aunque por ella entró el amanecer... Pero esta vez voy a cerrar la puerta para que no te puedas ir, mujer.
Viendo pasar las nubes fue pasando la vida, y tú, como una nube, pasaste por mi hastío. Y se unieron entonces tu corazón y el mío, como se van uniendo los bordes de una herida.
No, nada llega tarde, porque todas las cosas tienen su tiempo justo, como el trigo y las rosas; sólo que, a diferencia de la espiga y la flor, cualquier tiempo es el tiempo de que llegue el amor.
Un gran amor, un gran amor lejano es algo así como la enredadera que no quisiera florecer en vano y sigue floreciendo aunque no quiera. Un gran amor se nos acaba un día y es tristemente igual a un pozo seco, pues ya no tiene el agua que tenía
Tal vez guardes mi libro en alguna gaveta, sin que nadie descubra qué relata su historia, pues serán simplemente, los versos de un poeta, tras arrancar la página de la dedicatoria...
Amigo: sé que existes, pero ignoro tu nombre. No lo he sabido nunca ni lo quiero saber. Pero te llamo amigo para hablar de hombre a hombre, que es el único modo de hablar de una mujer. Esa mujer es tuya, pero también es mía.
Espero tu sonrisa y espero tu fragancia por encima de todo, del tiempo y la distancia. Yo no sé desde dónde, hacia dónde, ni cuándo regresarás... sé sólo que te estaré esperando.