Romance del acabose, de José Antonio Ochaíta | Poema

    Poema en español
    Romance del acabose

    Aquello puede acabarse 
    del modo que te convenga. 

    Yo te prometo colgarme 
    en el pescuezo una piedra 
    y echarme de noche al río 
    sin que tú misma lo sepas. 

    Yo estoy dispuesto a cargar 
    con la pólvora más negra 
    un cachorrillo de hierro 
    y que las sienes me muerda. 

    Esto puede acabar 
    del modo que te convenga, 
    esta tarde o esta noche 
    o después cuando amanezca. 

    Sólo con que tú me lo digas: 
    “Se acabó la historia aquella.” 
    pero lo que no podrás 
    es que acabemos a medias. 

    Que en amistad trastoquemos 
    lo que fue pasión deshecha; 
    que tú vayas por la calle 
    y yo por la calle venga, 
    y nos digamos ¡”Adiós”! 
    como amigos que se encuentran. 

    Que tu digas: “Aquel tiempo!” 
    que yo diga: ¡”Aquella fecha!” 
    y que los besos sorbidos 
    boca a boca, vena a vena, 
    no se nos pongan de pie 
    como claras bayonetas 
    y nos claven por cobardes 
    sobre la cruz de las piedras. 

    Amantes fuimos los dos 
    que amarse no da vergüenza; 
    comimos del mismo pan; 
    pisamos la misma hierba, 
    y las paredes calladas 
    huelen al que oler sepa, 
    a vida que hicimos juntos 
    llevando la misma senda. 

    Amantes fuimos los dos: 
    el fuego tú; yo la yesca; 
    tu, la soga; yo el caldero; 
    tú, el aire, yo la veleta. 
    Años enteros unidos 
    en una misma cadena 
    de sobresaltos y besos, 
    de conciencia y de inconciencia, 
    de quietud y de inquietud. 
    ¡Ay, Dios que si lo barruntan! 
    ¡Ay, Dios que si lo comentan! 
    ¡Ay, que si me ven contigo! 
    ¡Ay, que si contigo me ven! 

    Besos entre sobresaltos; 
    entre amarguras promesas. 
    Saber engañar a todos 
    y tener la verdad nuestra; 
    de estar por dentro casados 
    en una alianza secreta. 

    Casado estuve contigo; 
    arras fueron las estrellas, 
    y en el libro de la vida 
    quedó por siempre una fecha; 
    que era junio y era un día 
    que olía a cosas eternas. 
    Amantes fuimos los dos, 
    que amarse no da vergüenza. 
    Amantes fuimos de llanto, 
    amantes de complacencia, 
    amantes porque te di 
    todo lo que tú me dieras. 
    La vida tuya fue mía: 
    la mía, tú te la llevas. 

    Hasta ayer. Ayer me dices 
    claramente, por las buenas, 
    que nos conviene acabar 
    con aquella historia. ¡Aquella! 
    Eso no nace de nuevo 
    no la improvisas a ciegas; 
    eso, razón razonada, 
    “agua que viene de alberca 
    no se detiene ante nada”. 
    ¿Qué vamos a acabar? Bueno; 
    como mejor te convenga. 
    Y estoy dispuesto a colgarme 
    en el pescuezo una piedra 
    y echarme de noche al río 
    sin que tu misma lo sepas. 
    ¿Tú que harás? ¿Entrarte a monja? 
    ¿Beber solimán a ciegas? 
    ¿Ponerte un ascua en las sienes 
    para que derritan su cera? 
    Sólo así podrá acabar 
    pasión que fue tan entera. 
    ¿pues otra cosa creías? 
    ¿Pues otra cosa alimentas? 
    ¿Qué amor se puede cambiar 
    en amistad sin ojeras? 
    ¿Qué amantes y amigos son 
    como dos varas gemelas, 
    y que se corta la una 
    cuando la otra se seca? 

    ¿Qué quien te tuvo en sus brazos 
    y saboreo tu lengua, 
    y hundió contigo la almohada 
    junto a tu misma cabeza 
    puede ser el amigo ese 
    que, cuando se le tropieza, 
    se le dice: “Adiós, amigo!”, 
    y se sigue la vereda? 

    Pero ¿quién te ha trastornado 
    quién te ha dado esa ceguera? 
    El amor cuando es amor, 
    sólo tiene dos certezas: 
    el odio, verdad de sangre; 
    la muerte, certeza negra. 
    ¿Qué vamos a acabar? Bueno; 
    como mejor te convenga. 
    Pero ¿amigos? ¡Nunca! ¡Nunca! 
    Te estoy deseando muerta, 
    me estoy deseando muerto, 
    pero sin amor a medias. 

    Si tú quieres, llámame; 
    yo te llamaré si esperas. 
    ¡Hazme el nudo corredizo; 
    eche yo el nudo a tu cuerpo, 
    y acabemos esta vida 
    que por tanto amor te pesa!