Los siete pecados capitales, de José Antonio Ochaíta | Poema

    Poema en español
    Los siete pecados capitales

    Lo mismo que un San Jerónimo, 
    hueso, pellejo y raigambre, 
    llorando estoy en tu puerta 
    mis pecados capitales. 
    Los siete no..., los catorce, 
    que a catorce cientos caben, 
    que cada uno de los siete 
    que en el catecismo se abren, 
    se hicieron siete y setenta, 
    y setecientos azares. 
    Solo por ti, por el gozo 
    pecador de aprisionarte. 

    Culpas de soberbia tuve, 
    y ahora gozo en confesarte; 
    Soberbia... tuve de ti, 
    si es pecado, que me manden 
    descalzo a Jerusalenes, 
    que por mucho que me manden, 
    la soberbia irá por dentro 
    de mis sienes clareándose. 
    Que quien una vez te tuvo 
    en abandono de sangre, 
    poco castigo es que luego 
    lo fuercen a condenarse. 

    Y avaricia... ¿Quien pensó 
    que aquellos jardines reales... 
    las magnolias en el pecho 
    y la saliva de dátil, 
    no tendrían avariento 
    jardinero que los guarde...? 
    Si hasta para ser avaro, 
    ¡Dios me sostenga el aguante! 
    avaro fui de la pena 
    que un día me regalaste, 
    y me clavé los tres clavos 
    desde la punta al remache. 

    De lujuria, no digamos, 
    que es cosa que ha de callarse, 
    que pregunten a la alcoba, 
    y a las sabanas de enlace 
    y a las veinte perinolas 
    que estaban almidonándose; 
    que ellas dirán lo que fui: 
    toro, palomo y arcángel 
    entre edredones de plumas 
    vencido y de abochornarse. 

    Ira tuve contenida; 
    ira de ti, ¡Dios me ampare! 
    ira de ti, de sentir... 
    tu entrega sin entregarte, 
    ira de saber que siendo, 
    tan valiente... soy cobarde, 
    y un día con Dios de espalda 
    y tu mentira en la tarde, 
    no te agarroté del cuello 
    y te estrangulé de balde, 
    y aquel pase y después gloria, 
    gloria de bandillo y carne. 

    Hasta gula profesé, 
    yo que soy sobrio de panes, 
    que medio sorbo yo bebo 
    de vino para hartarme, 
    ¡Si aun doy bocados al aire 
    porque el manjar de tu cuerpo 
    golosamente me sabe! 

    Y envidia... 
    que fui envidioso de tu vida, 
    de tu antes, 
    de cuando no estaba yo 
    pegado a tus palpitares, 
    y a quien me cogió 
    la delantera en tu sangre, 
    le deseo sinapismos 
    de lumbre en los riñonales, 
    y si sus señas supiera... 
    provincia, ciudad y calle, 
    por la envidia que le tengo, 
    prendería su linaje 
    con tanta pólvora negra 
    que ni rastro le quedase. 

    ¿Que me falta...? 
    si, hasta tuve pereza 
    para que no falte el séptimo, 
    son sesenta en catecismo de amante 
    pereza de no moverme, 
    pereza de no dejarte, 
    pereza de que se hundieran, 
    casa, familia y caudales 
    solo por estar contigo, 
    pegado, lacre con lacre. 

    Siete pecados me cogen 
    del pelo a los calcañales. 
    Soberbia con avaricia, 
    lujuria con ira grande, 
    gula y envidia y pereza. 
    Y si no fueran bastante, 
    los siete parieron siete 
    con siete multiplicares. 

    Dile que venga a la tuya 
    al escribano, al alcalde, 
    al sepulturero, a todos 
    los que quieran escucharme; 
    tengo dentro de las venas 
    los pecados capitales 
    y busco mi contrición 
    algo que de ti me aparte, 
    que estoy pasando un infierno 
    donde cuando me achicharre, 
    los cuatrocientos pecados 
    darán la lumbre a tu imagen