Ir y venir de todas las memorias que el alma, olvidadiza, desenreda; verse hombre solo, antiguo y solo, errante; ver que todos los tiempos están cerca.
De un golpe, como hermosos corazones, yacen los capiteles en la hierba y encuentran hecha luz como un milagro la flor silvestre de la primavera.
Se hace el acanto vegetal y tierno; el hombre lo acaricia y algo tiembla debajo de su mano; le parece que un cuerpo estremecido se despierta.
¿Puede latir la sangre por los pulsos ante la soledad de esta belleza cuando todo se para en un intento de detener la dicha verdadera?
Llueve un poco, tímidamente llueve; brilla el mármol, el árbol de la piedra; por un instante sólo, esta columna alcanza con sus hojas las estrellas,
Que están, que van a estar, que acaso miran, que mirarán desde su noche eterna el desamparo de los que caminan sin amor por la sombra de la tierra.
Ir y venir de todas las memorias que el alma, olvidadiza, desenreda; verse hombre solo, antiguo y solo, errante; ver que todos los tiempos están cerca.
Ya todo preparado, suspendidas las lágrimas de aquel párpado antiguo todo deshabitado para el tacto que estrena la raíz poderosa de su hermosura fácil -oh, terciopelos muertos de rubor en la espalda!- la pared y la acacia,